El evangelista Mateo no se preocupa de los detalles del relato. Sólo le interesa enmarcar la escena presentando a Jesús en medio de la gente en actitud de compasión.
Lo hace también en otras ocasiones. Esta compasión está en el origen de toda su actuación.
Jesús no vive de espaldas a la gente, encerrado en sus ocupaciones religiosas, e indiferente al dolor de aquel pueblo. Ve el gentío, le tiene compasión y cura a los enfermos. Su experiencia de Dios le hace vivir aliviando el sufrimiento y saciando el hambre de aquellas personas excluidas.
Así ha de vivir la Iglesia que quiera hacer presente a Jesús en el mundo de hoy.
Los discípulos le interrumpen con una propuesta: Es muy tarde; lo mejor es “despedir” a aquella gente y que cada uno se “compre” algo de comer.
No han aprendido nada de Jesús. Se desentienden de los hambrientos y los dejan en manos de las leyes económicas dominadas por los "dueños de los alimentos": que se compren comida.
¿Qué harán quienes no pueden comprar?
Jesús les replica con una orden lapidaria que los cristianos “satisfechos”, no queremos ni escuchar: Denles ustedes de comer.
Frente al comprar, Jesús propone el dar de comer. No lo puede decir de manera más rotunda. El vive gritando al Padre: Danos hoy nuestro pan de cada día.
Dios quiere que todos sus hijos e hijas tengan pan, también quienes no lo pueden comprar.
Los discípulos siguen escépticos. Entre la gente sólo hay cinco panes y dos peces. Para Jesús es suficiente: si compartimos lo poco que tenemos, se puede saciar el hambre de todos; incluso, pueden sobrar doce cestos de pan.
Esta es su alternativa. Una sociedad más humana, capaz de compartir su pan con los hambrientos, tendrá recursos suficientes para todos.
En un mundo donde mueren de hambre millones de personas, los cristianos sólo podemos vivir avergonzados. A Europa le falta alma cristiana y despide como delincuentes a quienes vienen buscando pan.
Jesús no vive de espaldas a la gente, encerrado en sus ocupaciones religiosas, e indiferente al dolor de aquel pueblo. Ve el gentío, le tiene compasión y cura a los enfermos. Su experiencia de Dios le hace vivir aliviando el sufrimiento y saciando el hambre de aquellas personas excluidas.
Así ha de vivir la Iglesia que quiera hacer presente a Jesús en el mundo de hoy.
Los discípulos le interrumpen con una propuesta: Es muy tarde; lo mejor es “despedir” a aquella gente y que cada uno se “compre” algo de comer.
No han aprendido nada de Jesús. Se desentienden de los hambrientos y los dejan en manos de las leyes económicas dominadas por los "dueños de los alimentos": que se compren comida.
¿Qué harán quienes no pueden comprar?
Jesús les replica con una orden lapidaria que los cristianos “satisfechos”, no queremos ni escuchar: Denles ustedes de comer.
Frente al comprar, Jesús propone el dar de comer. No lo puede decir de manera más rotunda. El vive gritando al Padre: Danos hoy nuestro pan de cada día.
Dios quiere que todos sus hijos e hijas tengan pan, también quienes no lo pueden comprar.
Los discípulos siguen escépticos. Entre la gente sólo hay cinco panes y dos peces. Para Jesús es suficiente: si compartimos lo poco que tenemos, se puede saciar el hambre de todos; incluso, pueden sobrar doce cestos de pan.
Esta es su alternativa. Una sociedad más humana, capaz de compartir su pan con los hambrientos, tendrá recursos suficientes para todos.
En un mundo donde mueren de hambre millones de personas, los cristianos sólo podemos vivir avergonzados. A Europa le falta alma cristiana y despide como delincuentes a quienes vienen buscando pan.
Y, mientras tanto, en la Iglesia son muchos los que caminan en la dirección marcada por Jesús; la mayoría, sin embargo, vivimos sordos a su llamada, distraídos por nuestros intereses, discusiones, doctrinas y celebraciones. ¿Por qué nos llamamos seguidores de Jesús?. Eclesalia Informativo.