- LOS ALIMENTOS - Son un Don, un regalo de Dios a los hombres y deben ser compartidos, multiplicados, puestos en común.

Es un lugar despoblado, se hace tarde. Los discípulos se dan cuenta de que aquellas personas no habían traído nada para comer y proponen a Jesús que los despida para que compren provisiones para alimentarse.
Pero Jesús les da una respuesta sorprendente: “No necesitan ir; denles ustedes de comer”.
Los discípulos, en tono que seguramente revelaba su asombro, le dicen: “¡Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados!”.
Jesús pide que traigan todo, los cinco panes y los dos pescados; manda sentar a la gente, “y tomando los cinco panes y los dos pescados, alzó la mirada al cielo, pronunció una bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos, a su vez, se los dieron a las multitudes. Comieron todos hasta quedar saciados y recogieron los trozos sobrantes: doce cestos”.
La lección que da Jesús a sus discípulos es ésta: si renuncian a quedarse con aquellos alimentos, que les “pertenecen” (según los criterios de este mundo), y los ponen a disposición de todos, su renuncia no les causará hambre; al contrario, saciará el hambre de todos.
La misión de Jesús incluye la realización de un nuevo éxodo, de un nuevo proceso de liberación abierto a todos los que estén faltos de libertad.
La mayor de las esclavitudes es el hambre, antes y ahora, y para muchos hombres, empresas y gobiernos, el alimento es el arma de nuestros días, con ella hace callar, desune, soborna, esclaviza, mata.
La tierra de esclavitud son las ciudades y aldeas de las que procede la gente; allí rige la ley de lo mío y lo tuyo; y siempre hay alguien a quien le pertenece lo que a otros les falta.
Allí, quien no puede comprar tiene que pasar hambre o, lo que es peor, tiene que renunciar a su libertad y a su dignidad para conseguir lo mínimo necesario para seguir viviendo.
También allí hay una religión que distrae la atención de los pobres con minucias sin importancia y los mantiene quietos mediante el miedo al castigo divino, olvidándose de sus orígenes: la formidable intervención liberadora del Señor en favor de aquel puñado de esclavos.
Salir de esa tierra de esclavos, romper con ese sistema social y religioso es dar comienzo al nuevo éxodo, es emprender de nuevo el camino hacia la libertad definitiva.
En el primer éxodo Dios tuvo que alimentar a los israelitas que caminaban por el desierto enviándoles el maná; ahora Dios no va a hacer ningún prodigio.
En este nuevo camino la intervención de Dios ya se ha producido: la lección que da Jesús con el reparto de panes y peces (cuando se comparte con amor, hay para todos y sobra) garantiza el alimento para todo el camino.
La meta del primer éxodo fue la tierra de Canaán, la tierra prometida; ahora toda la tierra se convierte en tierra prometida: está allí donde hay un grupo que ha comprendido el mensaje de Jesús, ha confiado en su palabra, ha descubierto que ese mensaje es el más valioso de todos los tesoros y se ha puesto en marcha, camino de la libertad.
A la luz de este relato podemos entender mucho mejor la primera bienaventuranza, “dichosos los que eligen ser pobres” (Mt 5,3).
No se trata de buscar la pobreza porque ésta sea una virtud. Se trata de luchar contra ella de la manera más eficaz: renunciando a la riqueza, negándose a aceptar que pueda ser “mío” lo que el otro necesita para vivir, sustituyendo el insaciable deseo de tener, por la alegría de compartir.
Y ahora se entiende mejor la respuesta de Jesús a la primera tentación ("Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan... Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino también de todo lo que Dios vaya diciendo").
Y lo que Dios dice por medio de Jesús es que el hambre no se vence con milagros espectaculares y portentosos, sino con el no menos portentoso milagro de la solidaridad entre los hombres.