En estos domingos “finales” del año litúrgico, los textos nos dirigen una invitación a reflexionar sobre el “fin” de toda existencia. Éste fin es considerado no sólo como la meta en que la vida adquiere realización o acabamiento, sino también como la meta del caminar histórico colectivo del ser humano y de la realidad toda.El evangelio nos trae la parábola de las diez vírgenes, prudentes y necias, que estaban esperando al novio. No dice a sus novios o a los novios. EL NOVIO designa a Jesús mismo (Mateo 9, 15). Y recordemos que el reino de Dios también es simbolizado con un BANQUETE DE BODAS…
La parábola nos enseña que el final de cada persona depende del camino que se escoja, que de alguna manera, la muerte es consecuencia de la vida –prudente o necia- que se ha llevado.
Muchachas necias son las que han escuchado el mensaje de Jesús pero no lo han llevado a la práctica. Muchachas prudentes son las que lo han traducido en su vida, por eso entran al banquete del Reino.
De esta manera, la lectura se enmarca en la preocupación de los cristianos recién convertidos de la comunidad de Tesalónica, la preocupación por el final de los tiempos.
La parábola es una seria llamada de atención para nosotros. “ustedes velen, porque no saben el día ni la hora”. No dejen que en ningún momento se apague la lámpara de la fe, porque cualquier momento puede ser el último. Estén atentos, porque la fiesta de la vida está teniendo lugar ya, ahora mismo.
El Reino está ya aquí. Enciendan las lámparas con el aceite de la fe, con el aceite de la fraternidad, de la caridad mutua.
Los demás, los que viven a nuestro alrededor se verán también iluminados, conocerán también el gozo de la presencia del Novio esperado. Jesús nos pide que nunca nos falte ese aceite en nuestras lámparas.
Tenemos que aprovechar el momento presente, pero para construir fraternidad, no para buscar de manera egoísta nuestro propio bienestar.
Las vírgenes necias pusieron otro aceite en sus lámparas: el que sólo sirve para alumbrar egoístamente nuestro camino. No pudieron entrar en la fiesta de la boda. Y si hubiesen entrado no hubiesen entendido absolutamente nada. En la fiesta de la hermandad los que sólo miran por su propio interés se aburren.
Sería bueno preguntarnos de qué tipo es el aceite que alimenta nuestras lámparas. Sería bueno examinar cómo trabajamos día a día para aumentar la intensidad de nuestro fuego, y de nuestras reservas. ¿O acaso desperdiciamos las ocasiones de crear fraternidad, de amar y servir a los hermanos?
Ilumino al prójimo, a los ambientes, con la luz de Jesús, o con mis propias “luces”, y cual es el combustible que uso, el aceite que me hace brillar, dar luz, el aceite del personalismo, o el de la comunidad, el de la “propiedad privada” o el del bien común, el de la fiesta con todos, o el de algunos elegidos.