La Evangelización es también una constante búsqueda, un camino a recorrer, que ya manifestó la Iglesia cuando propuso, para realizarla; nuevo ardor, nuevos métodos y nueva expresión.
En este presente, que tanto hablamos de evangelización, de misión, de llegar al excluido, de salir de los moldes, de ir a los nuevos horizontes, de navegar a otros puertos, hacia otros hermanos y ambientes, no podemos dejar de lado en estos tiempos, la situación de los Evangelizadores, además de fijarnos en el mensaje y en los destinatarios.
La realidad, la vida, compañeras inseparables del Evangelizador nos dicen que es aquí donde hoy se encuentra precisamente la cuestión a tener en cuenta; en los evangelizadores.
En la Evangelli Nuntiandi, donde se habla sobre la Evangelización, es decir; los contenidos, los medios, los destinatarios de la evangelización, se dice también algo sobre los evangelizadores y al espíritu que debe impregnar la evangelización.
Pablo VI hace varias preguntas: “¿creen verdaderamente en lo que anuncian?, ¿viven lo que creen?, ¿predican verdaderamente lo que viven?” (EN 76).
Desde ese punto de vista podemos introducirnos en el tema de los Evangelizadores, los que van a los ambientes, a navegar en la vida con los hermanos que están alejados, que no profesan ninguna Fe, que están heridos o dolidos. Aquellos que se sienten y son excluidos por diferentes motivos.
Quién no conoce a personas del entorno de la familia, del trabajo, o en la facultad, en el barrio, en los ambientes de frecuencia diaria o esporádica, que tienen la impronta de la exclusión en sus vidas y su búsqueda de Dios pasa por otros parámetros que como evangelizadores debemos percibir con sensibilidad evangélica.
Los que conocemos los valores del Evangelio, podemos percibir las señales de estos hermanos, que buscan afanosamente la paz en sus vidas, la serenidad en sus corazones, el cambio de actitudes, un mundo mejor, que buscan un lugar adonde Jesús les enseñe y los ame como son, sin sacarles ningún tipo de factura, como hacemos los hombres muchas veces.
Por eso hay que proponer a Pablo como un ejemplo evangelizador y evangelio vivido. Si presentamos a Pablo como el iniciador de todo un estilo evangelizador, un modelo y una medida de apóstol, entonces, la contemplación y reflexión de la misión paulina puede ayudarnos también a quienes emprendemos esta tarea, a reavivar nuestro compromiso con el evangelio de Jesús, a sentir, quizás, también nosotros, la necesidad de ser evangelizados para poder llegar a ser auténticos evangelizadores.
Conviene conocer un poco más Jesús, el centro de todo mensaje evangelizador y de la predica paulina. Esa será la consigna y por eso compartiremos estas reflexiones sobre Jesús en el InfoPalestra, como una forma de esperar el acontecimiento del Nacimiento y como una forma de prepararnos para dar a conocer al Centro de la Evangelización, la persona de Jesús.
AL SERVICIO DEL PROYECTO DE DIOS
Jesús no necesitaba una corte de discípulos y discípulas, dispuestos a satisfacer sus deseos. Era exactamente al revés. Es él quien se siente servidor de todos: “Yo estoy entre ustedes como el que sirve”. Su intención no es tampoco crear una comunidad ritualmente pura y obediente a la ley, al estilo de los grupos fariseos más radicales.
Más bien les enseña a compartir mesa con gentes extrañas al grupo; los quiere ver entre las “ovejas perdidas de Israel”. Nunca pensó en un grupo cerrado y excluyente. No quería formar con ellos una comunidad de “elegidos” de Dios. No los llevó al desierto para separarlos de un pueblo contaminado y crear un “nuevo Qumrán”. No los reclutó tampoco para iniciar una “guerra santa” contra Roma.
Su propósito es muy distinto cuando los envía “como corderos en medio de lobos”. No se necesita más sangre, sino más paz.
Jesús los llama para que compartan su experiencia de la irrupción del Reino de Dios y participen en la tarea de ayudar a la gente a acogerlo.
Dejan su trabajo, pero no para vivir en el ocio y la vagancia, sino para entregarse con todas sus energías al reino de Dios. Abandonan a su padre para defender a tantas gentes privadas de padre y protección. Hay que crear una familia nueva acogiendo al único Padre de todos.
No es fácil. Seguir a Jesús los convierte en personas “desplazadas”. Su llamada los arranca de la aldea, la familia y el trabajo donde hasta entonces han encontrado identidad, seguridad y protección. Pero Jesús no los integra en un nuevo sistema social; los conduce hacia un espacio nuevo, lleno de posibilidades, pero sin un lugar concreto donde encontrar una identidad social.
Seguirle es toda una aventura. En adelante, su identidad consistirá en vivir “caminando” hacia el reino de Dios y su justicia.
Para Jesús, aquel pequeño grupo está llamado a ser símbolo del reino de Dios y de su poder transformador. En aquel grupo se empezará a vivir la vida tal como la quiere realmente Dios. Todo era humilde y pequeño, como un “grano de mostaza”.
No es fácil captar allí la “levadura” que puede transformar aquella sociedad. Pero en aquel grupo de seguidores se podrá entrever algo del proyecto de Dios. Con ellos se irá definiendo, dentro de la cultura dominante del Imperio, una vida diferente: la vida del reino de Dios. No es difícil apuntar algunos rasgos.
Los discípulos de Jesús no viven ya sometidos al César. No temen a los recaudadores de impuestos, pues no tienen tierras ni negocios de pesca. No viven pendientes de los decretos del emperador, sino "cumpliendo la voluntad de Dios". Él es su Padre. Así le llama Jesús: nunca le dice “Rey”. No emplea imágenes imperiales, sino metáforas extraídas del mundo familiar. No imagina a los suyos como germen de un “nuevo Imperio”, sino de una “familia” de hermanos y hermanas.
Para intuir las nuevas relaciones sociales exigidas por el reino de Dios no hay que mirar al Imperio, sino a este humilde grupo familiar concebido por Jesús. Con ellos crea un espacio nuevo sin dominación masculina. Los varones han abandonado la posición privilegiada que ocupaban en sus casas como padres, esposos o hermanos.
Han renunciado al liderazgo propio del varón y se han desprendido de una buena parte de su identidad de hombres en aquella sociedad patriarcal. La nueva familia que está creando Jesús no es espejo de la familia patriarcal. Ni siquiera Jesús se presenta como “padre” del grupo, sino como “hermano”. En su movimiento de seguidores, todos podrán descubrir que en el Proyecto de Dios no hay dominación masculina.
El abandono de las estructuras del Imperio y la salida del grupo familiar va acercando inevitablemente a los seguidores de Jesús hacia quienes están fuera o en los márgenes del sistema. Esta familia no se parece a las familias herodianas que están en el centro del poder.
Se mueve, más bien, en los espacios marginales de aquella sociedad. No tienen casa, tierras ni bienes. No ocupan una posición honorable. Están entre los más pequeños e insignificantes de Galilea. Quien los contemple descubrirá que a Dios se le acoge desde los últimos.
En este presente, que tanto hablamos de evangelización, de misión, de llegar al excluido, de salir de los moldes, de ir a los nuevos horizontes, de navegar a otros puertos, hacia otros hermanos y ambientes, no podemos dejar de lado en estos tiempos, la situación de los Evangelizadores, además de fijarnos en el mensaje y en los destinatarios.
La realidad, la vida, compañeras inseparables del Evangelizador nos dicen que es aquí donde hoy se encuentra precisamente la cuestión a tener en cuenta; en los evangelizadores.
En la Evangelli Nuntiandi, donde se habla sobre la Evangelización, es decir; los contenidos, los medios, los destinatarios de la evangelización, se dice también algo sobre los evangelizadores y al espíritu que debe impregnar la evangelización.
Pablo VI hace varias preguntas: “¿creen verdaderamente en lo que anuncian?, ¿viven lo que creen?, ¿predican verdaderamente lo que viven?” (EN 76).
Desde ese punto de vista podemos introducirnos en el tema de los Evangelizadores, los que van a los ambientes, a navegar en la vida con los hermanos que están alejados, que no profesan ninguna Fe, que están heridos o dolidos. Aquellos que se sienten y son excluidos por diferentes motivos.
Quién no conoce a personas del entorno de la familia, del trabajo, o en la facultad, en el barrio, en los ambientes de frecuencia diaria o esporádica, que tienen la impronta de la exclusión en sus vidas y su búsqueda de Dios pasa por otros parámetros que como evangelizadores debemos percibir con sensibilidad evangélica.
Los que conocemos los valores del Evangelio, podemos percibir las señales de estos hermanos, que buscan afanosamente la paz en sus vidas, la serenidad en sus corazones, el cambio de actitudes, un mundo mejor, que buscan un lugar adonde Jesús les enseñe y los ame como son, sin sacarles ningún tipo de factura, como hacemos los hombres muchas veces.
Por eso hay que proponer a Pablo como un ejemplo evangelizador y evangelio vivido. Si presentamos a Pablo como el iniciador de todo un estilo evangelizador, un modelo y una medida de apóstol, entonces, la contemplación y reflexión de la misión paulina puede ayudarnos también a quienes emprendemos esta tarea, a reavivar nuestro compromiso con el evangelio de Jesús, a sentir, quizás, también nosotros, la necesidad de ser evangelizados para poder llegar a ser auténticos evangelizadores.
Conviene conocer un poco más Jesús, el centro de todo mensaje evangelizador y de la predica paulina. Esa será la consigna y por eso compartiremos estas reflexiones sobre Jesús en el InfoPalestra, como una forma de esperar el acontecimiento del Nacimiento y como una forma de prepararnos para dar a conocer al Centro de la Evangelización, la persona de Jesús.
AL SERVICIO DEL PROYECTO DE DIOS
Jesús no necesitaba una corte de discípulos y discípulas, dispuestos a satisfacer sus deseos. Era exactamente al revés. Es él quien se siente servidor de todos: “Yo estoy entre ustedes como el que sirve”. Su intención no es tampoco crear una comunidad ritualmente pura y obediente a la ley, al estilo de los grupos fariseos más radicales.
Más bien les enseña a compartir mesa con gentes extrañas al grupo; los quiere ver entre las “ovejas perdidas de Israel”. Nunca pensó en un grupo cerrado y excluyente. No quería formar con ellos una comunidad de “elegidos” de Dios. No los llevó al desierto para separarlos de un pueblo contaminado y crear un “nuevo Qumrán”. No los reclutó tampoco para iniciar una “guerra santa” contra Roma.
Su propósito es muy distinto cuando los envía “como corderos en medio de lobos”. No se necesita más sangre, sino más paz.
Jesús los llama para que compartan su experiencia de la irrupción del Reino de Dios y participen en la tarea de ayudar a la gente a acogerlo.
Dejan su trabajo, pero no para vivir en el ocio y la vagancia, sino para entregarse con todas sus energías al reino de Dios. Abandonan a su padre para defender a tantas gentes privadas de padre y protección. Hay que crear una familia nueva acogiendo al único Padre de todos.
No es fácil. Seguir a Jesús los convierte en personas “desplazadas”. Su llamada los arranca de la aldea, la familia y el trabajo donde hasta entonces han encontrado identidad, seguridad y protección. Pero Jesús no los integra en un nuevo sistema social; los conduce hacia un espacio nuevo, lleno de posibilidades, pero sin un lugar concreto donde encontrar una identidad social.
Seguirle es toda una aventura. En adelante, su identidad consistirá en vivir “caminando” hacia el reino de Dios y su justicia.
Para Jesús, aquel pequeño grupo está llamado a ser símbolo del reino de Dios y de su poder transformador. En aquel grupo se empezará a vivir la vida tal como la quiere realmente Dios. Todo era humilde y pequeño, como un “grano de mostaza”.
No es fácil captar allí la “levadura” que puede transformar aquella sociedad. Pero en aquel grupo de seguidores se podrá entrever algo del proyecto de Dios. Con ellos se irá definiendo, dentro de la cultura dominante del Imperio, una vida diferente: la vida del reino de Dios. No es difícil apuntar algunos rasgos.
Los discípulos de Jesús no viven ya sometidos al César. No temen a los recaudadores de impuestos, pues no tienen tierras ni negocios de pesca. No viven pendientes de los decretos del emperador, sino "cumpliendo la voluntad de Dios". Él es su Padre. Así le llama Jesús: nunca le dice “Rey”. No emplea imágenes imperiales, sino metáforas extraídas del mundo familiar. No imagina a los suyos como germen de un “nuevo Imperio”, sino de una “familia” de hermanos y hermanas.
Para intuir las nuevas relaciones sociales exigidas por el reino de Dios no hay que mirar al Imperio, sino a este humilde grupo familiar concebido por Jesús. Con ellos crea un espacio nuevo sin dominación masculina. Los varones han abandonado la posición privilegiada que ocupaban en sus casas como padres, esposos o hermanos.
Han renunciado al liderazgo propio del varón y se han desprendido de una buena parte de su identidad de hombres en aquella sociedad patriarcal. La nueva familia que está creando Jesús no es espejo de la familia patriarcal. Ni siquiera Jesús se presenta como “padre” del grupo, sino como “hermano”. En su movimiento de seguidores, todos podrán descubrir que en el Proyecto de Dios no hay dominación masculina.
El abandono de las estructuras del Imperio y la salida del grupo familiar va acercando inevitablemente a los seguidores de Jesús hacia quienes están fuera o en los márgenes del sistema. Esta familia no se parece a las familias herodianas que están en el centro del poder.
Se mueve, más bien, en los espacios marginales de aquella sociedad. No tienen casa, tierras ni bienes. No ocupan una posición honorable. Están entre los más pequeños e insignificantes de Galilea. Quien los contemple descubrirá que a Dios se le acoge desde los últimos.