- EVANGELIZADORES Y DISCIPULOS – Parte 2 - Los nuevos evangelizadores debemos tener la seguridad de hacernos todo con todos para acercarlos a Cristo.

LA SEGURIDAD DE LA INSEGURIDAD
Los seguidores de Jesús tuvieron que aprender a vivir en la inseguridad. Cuando entraban en un pueblo, podían ser acogidos o rechazados. Solo los simpatizantes les ofrecían hospitalidad. No es extraño que, en alguna ocasión, se despertara en ellos la preocupación: ¿qué van a comer? ¿Con qué se van a vestir? Son las preocupaciones de todos los vagabundos.
Jesús les infunde su confianza en Dios: “No se preocupen”. El grupo ha de vivir con paz y confianza. Cómo no va a cuidar de ellos ese Padre que cuida de los pájaros del cielo y de las flores del campo.
Los ve llamar a la puerta de las casas en busca de comida y hospitalidad. No siempre son bien recibidos, pero Jesús los anima: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, le abrirán”.
Está plenamente convencido: los simpatizantes que se han adherido a su causa los acogerán, y sobre todo el Padre responderá a sus necesidades. Todos podrán ver que la vida de quienes buscan el reino de Dios se sostiene en la mutua acogida y en la solicitud del Padre.
LA ALEGRÍA.
Estos hombres y mujeres lo habían dejado todo porque habían encontrado “el tesoro escondido” o “la perla preciosa”.
Podía ver en los ojos de algunos discípulos la alegría de quienes han empezado a descubrir el reino de Dios. No tenía sentido ayunar ni hacer duelo. Vivir junto a él era una fiesta. Algo parecido al ambiente que se creaba en las bodas de los pueblos. Lo mejor eran las comidas. Jesús les enseñaba a celebrar con gozo la recuperación de tanta gente perdida.
Sentados a la mesa con Jesús, los discípulos se sentían como los “amigos” del pastor, que, según una parábola, disfrutaban al verlo llegar con la oveja perdida; las discípulas, por su parte, se alegraban como las “vecinas” de aquella pobre mujer, que, según otra parábola, había encontrado la moneda perdida. En esta alegría de sus seguidores podrán descubrir todos que Dios es una buena noticia para los perdidos.
ENVIADOS A ANUNCIAR A DIOS, CURANDO
En algún momento Jesús envió a sus discípulos por las aldeas de Galilea a colaborar con él en la tarea de abrir camino al reino de Dios. Todo hace pensar que fue una misión breve y estuvo limitada al entorno de los lugares donde se movía él.
¿Respondía a una estrategia madurada por Jesús con una finalidad práctica o se trató de un modesto ensayo con un carácter fuertemente simbólico? Tal vez Jesús les quiso hacer ver cómo se podía colaborar con él en el proyecto del reino de Dios.
Los enviados no actúan por iniciativa propia, sino en nombre de Jesús. Hacen lo que les ha indicado y tal como les ha ordenado. Son sus representantes.
En concreto, Jesús les da poder y autoridad no para imponerse a las gentes, sino para expulsar demonios y curar enfermedades y dolencias. Estas serán las dos grandes tareas de sus enviados: decir a la gente lo cerca que está Dios y curar a las personas de todo cuanto introduce mal y sufrimiento en sus vidas. Las dos tareas son inseparables. Harán lo que le han visto hacer a él: curar a las personas haciéndoles ver lo cerca que está Dios de su sufrimiento: “Allí donde lleguen, curen a los enfermos que haya y díganles: el reino de Dios está cerca de ustedes”.
Jesús estaba creando así una red de “curadores” para anunciar la irrupción de Dios, como el Bautista había pensado en una red de “bautizados” para alertar de la llegada inminente de su juicio. Para él, curar enfermos y expulsar demonios es lo primero y más importante. No encuentra un signo mejor para anunciar a Dios, el amigo de la vida.
Según un episodio recogido en las fuentes cristianas, un día los discípulos vienen a Jesús para informarle de que han visto a uno que está expulsando demonios en su nombre, aunque no es del grupo. Ellos ya han tratado de impedírselo, pero conviene que Jesús esté advertido. Los discípulos no piensan en la alegría de quienes han sido curados por aquel hombre; lo que les preocupa es su grupo: “No es de los nuestros”.
Esta fue la respuesta de Jesús: “No se lo impidan, pues el que no está contra nosotros está de nuestra parte”. ¿Cómo va impedir Jesús que los enfermos sean curados, si es el mejor signo de la fuerza salvadora de Dios?