Iniciamos, un año más, el tiempo de Cuaresma con el gesto de la imposición de la ceniza, y las palabras “polvo eres y en polvo te convertirás”. Polvo sí, mas polvo enamorado. Y es que se nos olvida que el amor siempre da fruto, siempre es semilla de algo.
Así, al primer golpe, no suena muy halagüeño. Pero reflexiono y me viene a la mente el viejo verso de Quevedo: “polvo serán, mas polvo enamorado”. Y eso soy. Millones de ínfimas partículas de polvo, soldadas una a una por el calor de Dios. Nazco del Amor. Y soy Amor... en polvo, como se lleva ahora: la leche en polvo, las sopas en polvo...
Soy polvo enamorado de la tierra (que también es polvo), de la madre tierra que me sostiene en pie y me equilibra. De mis semejantes, que van sumando vida y construyendo, conmigo, historia. La gran historia de la humanidad, la que no se estudia pero se intuye, la intrahistoria unamuniana.
Polvo enamorado, siempre enamorado, de mi comunidad, con la que espero cada mañana, sentadas en torno a la Palabra, expectantes ante el gran acontecimiento del nacimiento de un nuevo día; como parteras, dejando vivir todas las mañanas, haciéndonos las despistadas si el amanecer no resulta el esperado, aceptándolo y acogiéndolo.
Ya se encargarán las horas de embellecerlo, haciéndolo adulto, hasta el ocaso.
Polvo enamorado, siempre enamorado, de Dios, el soldador, el paciente obrero que ha ido pegando partículas de existencia hasta hacerme ser. El que pone en mí sed de siglos de gargantas, y agua de kilómetros de pozos rebosantes.
No soy polvo de ése que se acumula sobre los objetos que no tocamos, del que se limpia cansinamente.
No, soy polvo enamorado. Como el que construye caminos firmes que unen pueblos y corazones, el que se humedece y fertiliza y germina, oxigenando la vida. Polvo enamorado como el que se amasa para fabricar vasijas y recipientes, en los que bebemos, comemos, con los que decoramos y adornamos nuestra cotidianidad.
En esta cuaresma los invitamos a ser polvo, sí, mas polvo enamorado. A cada uno, a cada una, le toca descubrir ese enamoramiento.
Esther Cagigal, monja trinitaria en el monasterio de Suesa, Cantabria
Así, al primer golpe, no suena muy halagüeño. Pero reflexiono y me viene a la mente el viejo verso de Quevedo: “polvo serán, mas polvo enamorado”. Y eso soy. Millones de ínfimas partículas de polvo, soldadas una a una por el calor de Dios. Nazco del Amor. Y soy Amor... en polvo, como se lleva ahora: la leche en polvo, las sopas en polvo...
Soy polvo enamorado de la tierra (que también es polvo), de la madre tierra que me sostiene en pie y me equilibra. De mis semejantes, que van sumando vida y construyendo, conmigo, historia. La gran historia de la humanidad, la que no se estudia pero se intuye, la intrahistoria unamuniana.
Polvo enamorado, siempre enamorado, de mi comunidad, con la que espero cada mañana, sentadas en torno a la Palabra, expectantes ante el gran acontecimiento del nacimiento de un nuevo día; como parteras, dejando vivir todas las mañanas, haciéndonos las despistadas si el amanecer no resulta el esperado, aceptándolo y acogiéndolo.
Ya se encargarán las horas de embellecerlo, haciéndolo adulto, hasta el ocaso.
Polvo enamorado, siempre enamorado, de Dios, el soldador, el paciente obrero que ha ido pegando partículas de existencia hasta hacerme ser. El que pone en mí sed de siglos de gargantas, y agua de kilómetros de pozos rebosantes.
No soy polvo de ése que se acumula sobre los objetos que no tocamos, del que se limpia cansinamente.
No, soy polvo enamorado. Como el que construye caminos firmes que unen pueblos y corazones, el que se humedece y fertiliza y germina, oxigenando la vida. Polvo enamorado como el que se amasa para fabricar vasijas y recipientes, en los que bebemos, comemos, con los que decoramos y adornamos nuestra cotidianidad.
En esta cuaresma los invitamos a ser polvo, sí, mas polvo enamorado. A cada uno, a cada una, le toca descubrir ese enamoramiento.
Esther Cagigal, monja trinitaria en el monasterio de Suesa, Cantabria