Cualquier gran ciudad de nuestro mundo rememora el ambiente de la torre de Babel: pluralidad de lenguas, pluralidad de culturas, pluralidad de ideas, pluralidad de estilos de vida y problemas inmensos de intolerancia e incomprensión entre los que la habitan.
¿Cómo convivir y entenderse quienes tienen tantas diferencias?
Nuestro mundo se ha convertido ya en paradigma de la torre de Babel, palabra que significaba “puerta de los dioses”. Así se denominaba la ciudad, símbolo de la humanidad, precursora de la cultura urbana. Una ciudad en torno a una torre, una lengua y un proyecto: escalar el cielo, invadir el área de lo divino. En Babel el ser humano quiso ser como Dios y se uniformó para lograrlo.
Pero el proyecto se frustró, se acabó para siempre con la Puerta de los dioses (Babel). Después del “castigo” divino, las diferentes lenguas fueron el mayor obstáculo para la convivencia, principio de dispersión y de ruptura humana.
El autor de la narración babélica no pensó en la riqueza de la pluralidad e interpretó el gesto divino como castigo.
Diez siglos después, leemos en los Hechos de los Apóstoles, que tuvo lugar el día de Pentecostés, fiesta en la que los judíos recordaban el pacto de Dios con el pueblo en el monte Sinaí, “cincuenta días” (=Pentecostés) después de la salida de Egipto.
Estaban reunidos los discípulos, también cincuenta días después de la Resurrección (el éxodo de Jesús al Padre) e iban a recoger el fruto de la siembra del Maestro: la venida del Espíritu que se describe acompañada de sucesos, expresados como si se tratara de fenómenos sensibles:
- Ruido como de viento huracanado.
- Lenguas como de fuego que consume o acrisola.
- Espíritu (=ruah: aire, aliento vital, respiración)
- Santo (=hagios: no terreno, separado, divino).
Es el modo que elige Lucas para expresar lo inenarrable, la irrupción de un Espíritu que les libraría del miedo y del temor y que les haría hablar con libertad para promulgar la buena noticia de la muerte y resurrección de Jesús.
Recibido el Espíritu, comienzan todos a hablar lenguas diferentes. Así como suena. Lo que sí importa es saber que el movimiento de Jesús nace abierto a todos, que Dios ya no quiere la uniformidad, sino la pluralidad; que no quiere la confrontación sino el diálogo; que ha comenzado una nueva era en la que hay que proclamar que todos pueden ser hermanos, no sólo a pesar de, sino gracias a las diferencias.
Porque este Espíritu de Dios no es Espíritu de monotonía o de uniformidad: es políglota, polifónico. Espíritu de concertación (del latín “concertare”: debatir, discutir, componer, pactar, acordar).
Espíritu que pone de acuerdo a gente que tiene puntos de vista distintos o modos de ser diferentes. El día de Pentecostés, a más lenguas, no vino, como en Babel, más confusión. “Cada uno los oía hablar en su propio idioma de las maravillas de Dios”. Dios hacía posible el milagro de entenderse..
Se estrenó así la nueva Babel, la pretendida de Dios, lejos de uniformidades malsanas, un mundo plural, pero acorde.
La venida del Espíritu significó para el puñado de discípulos el fin del miedo y del temor. Las puertas de la comunidad se abrieron. Nació una comunidad humana, libre como viento, como fuego ardiente.
Dice Pablo: “Donde hay Espíritu de Dios hay libertad”, y donde hay libertad, autonomía, y donde hay autonomía, se fomenta la pluralidad y la individualidad, como camino de unidad, y resplandece la verdad, porque el Espíritu es veraz y nos guiará por el camino de la verdad, de la vida.
Que venga un nuevo Pentecostés sobre nuestro mundo (es nuestra oración) para acabar con esta ola de intolerancia. uniformidad e intransigencia que se fomenta en muchos lados.
¿Cómo convivir y entenderse quienes tienen tantas diferencias?
Nuestro mundo se ha convertido ya en paradigma de la torre de Babel, palabra que significaba “puerta de los dioses”. Así se denominaba la ciudad, símbolo de la humanidad, precursora de la cultura urbana. Una ciudad en torno a una torre, una lengua y un proyecto: escalar el cielo, invadir el área de lo divino. En Babel el ser humano quiso ser como Dios y se uniformó para lograrlo.
Pero el proyecto se frustró, se acabó para siempre con la Puerta de los dioses (Babel). Después del “castigo” divino, las diferentes lenguas fueron el mayor obstáculo para la convivencia, principio de dispersión y de ruptura humana.
El autor de la narración babélica no pensó en la riqueza de la pluralidad e interpretó el gesto divino como castigo.
Diez siglos después, leemos en los Hechos de los Apóstoles, que tuvo lugar el día de Pentecostés, fiesta en la que los judíos recordaban el pacto de Dios con el pueblo en el monte Sinaí, “cincuenta días” (=Pentecostés) después de la salida de Egipto.
Estaban reunidos los discípulos, también cincuenta días después de la Resurrección (el éxodo de Jesús al Padre) e iban a recoger el fruto de la siembra del Maestro: la venida del Espíritu que se describe acompañada de sucesos, expresados como si se tratara de fenómenos sensibles:
- Ruido como de viento huracanado.
- Lenguas como de fuego que consume o acrisola.
- Espíritu (=ruah: aire, aliento vital, respiración)
- Santo (=hagios: no terreno, separado, divino).
Es el modo que elige Lucas para expresar lo inenarrable, la irrupción de un Espíritu que les libraría del miedo y del temor y que les haría hablar con libertad para promulgar la buena noticia de la muerte y resurrección de Jesús.
Recibido el Espíritu, comienzan todos a hablar lenguas diferentes. Así como suena. Lo que sí importa es saber que el movimiento de Jesús nace abierto a todos, que Dios ya no quiere la uniformidad, sino la pluralidad; que no quiere la confrontación sino el diálogo; que ha comenzado una nueva era en la que hay que proclamar que todos pueden ser hermanos, no sólo a pesar de, sino gracias a las diferencias.
Porque este Espíritu de Dios no es Espíritu de monotonía o de uniformidad: es políglota, polifónico. Espíritu de concertación (del latín “concertare”: debatir, discutir, componer, pactar, acordar).
Espíritu que pone de acuerdo a gente que tiene puntos de vista distintos o modos de ser diferentes. El día de Pentecostés, a más lenguas, no vino, como en Babel, más confusión. “Cada uno los oía hablar en su propio idioma de las maravillas de Dios”. Dios hacía posible el milagro de entenderse..
Se estrenó así la nueva Babel, la pretendida de Dios, lejos de uniformidades malsanas, un mundo plural, pero acorde.
La venida del Espíritu significó para el puñado de discípulos el fin del miedo y del temor. Las puertas de la comunidad se abrieron. Nació una comunidad humana, libre como viento, como fuego ardiente.
Dice Pablo: “Donde hay Espíritu de Dios hay libertad”, y donde hay libertad, autonomía, y donde hay autonomía, se fomenta la pluralidad y la individualidad, como camino de unidad, y resplandece la verdad, porque el Espíritu es veraz y nos guiará por el camino de la verdad, de la vida.
Que venga un nuevo Pentecostés sobre nuestro mundo (es nuestra oración) para acabar con esta ola de intolerancia. uniformidad e intransigencia que se fomenta en muchos lados.