- CURAS DE CALLE, ESCÁNDALO O PROFECÍA? – Pastoral Urbana en acción, como marcando el camino a los Laicos de Calle. ¡Un padre ama a sus hijos porque son hijos suyos, y no porque están sin pecado! ¡Así se comporta Dios!

Es evidente que en la vida no todos tenemos que hacer de todo, y ni siquiera cualquier cosa. Hay quien sirve para una cosa, y no para otra. He conocido a alguien que era incapaz de estudiar, pero extraordinario para arreglar todo; quien era un gran profesor, inútil cuando se trataba de clavar un clavo en la pared; quien tenía la vocación natural de guía y quien no servía en absoluto para gobernar...
Una de estas vocaciones es la de “CURA DE CALLE”, uno que no sabe estar en una parroquia “normal”, sino que se dedica a actividades liminales, cuando no peligrosas: ir al encuentro y dar una mano a vagabundos, niños sin familia, pequeños criminales, prostitutas, enfermos, drogadictos.
Hay algunos; Andrea Gallo en el puerto de Génova, Giacomo Panizza en Calabria, Gino Rigoldi en  Lombardía y Dario Ciani en Romaña. Cristianos que se juegan su tranquilidad, y a veces incluso su seguridad personal. Estarían mucho más tranquilos en el convento o en el orden tranquilo de un horario de parroquia. Subrayan pocas palabras del Evangelio: amor, justicia, comunidad, libertad.
Sueñan un Dios absolutamente no lejano de las situaciones más difíciles de la vida, cercano al hombre concreto, con sus miserias, contradicciones y valores, y prescindiendo de su origen étnico, racial, cultural o religioso, cristiano o no, devoto o anticlerical. Y tienen delante el ejemplo de Cristo que, porque “cantó” algunas verdades, por poco no le apedrearon y acabó en una cruz.
Por otra parte, dado que, como todos los demás, estos sacerdotes no son cristianos perfectos, pueden correr el peligro de creerse los únicos “puros”. A Andrea Gallo, una vez sus muchachos le regalaron una camiseta, que él llevaba de buena gana, y en la que estaba escrito: “Dios existe; pero, relájate, ¡no sos vos!”.
Luego, sus actitudes no sólo han suscitado a veces dudas o sospechas, sino que para una cierta parte del público han sido “motivo de escándalo”, “piedra de tropiezo”, incluso dentro de la Iglesia, a la que aman de veras, aunque algunas cosas o actitudes más o menos oficiales no les gusten y las critiquen.
No son teólogos, sino hombres de acción, que quieren ser consecuentes y concretos.  Sin embargo, frecuentemente dichas “piedras” nos hacen un gran favor: andábamos distraídos mirando al cielo o al horizonte lejano, viviendo de teorías más o menos abstractas o un cristianismo más o menos “burgués”, y ellos nos han obligado a mirar por tierra, a ver en dónde poníamos los pies: quizás, por salvar un principio o una fachada, una teoría o una norma más o menos objetiva, resulta que estábamos pisando a algún hijo de Dios...; olvidándonos de que hubo Quien dijo hace muchos años que no está hecho el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre (Mc 2, 27).
¿Vale la pena dar lugar a tanto sacrificio y tensión en la propia vida y a veces incluso en la de los demás? Cuenta Ciani: había una vez, allá entre los montes, una aldea cuyo nombre era “Bramasole” (“hambre de sol”), porque una montaña más alta a sus espaldas hacía que el sol se pusiera ya durante las primeras horas de la tarde. Quien iba a vivir en aquel pueblo no resistía por mucho tiempo: hacía frío, debido a la poca luz, las flores no se abrían, los frutos no maduraban, los niños estaban encerrados en casa...
Un día, un hombre pequeño, llamado José, decidió desmontar la montaña para ganar un poco de sol. Al principio la gente creyó que estaba loco; pero, con su trabajo, después de algún tiempo, hizo que la comunidad pudiera gozar de media hora más de sol al día.
Los del pueblo comenzaron a entender que, si le ayudaban, se podía desmontar más rápidamente la montaña y cada día la montaña se hacía más pequeña y la aldea se iluminaba un poco más. José murió cuando ya la montaña había sido achicada. De momento nadie se dió cuenta de su muerte, porque habían ido todos al monte a trabajar. Y “Bramasole” fue inundada por los rayos del sol. La montaña, que ahora ya no existe, se llamaba “prejuicio”.
Gallo narra que un muchacho, muerto más tarde por una sobredosis, le envió la siguiente poesía:
“Me han dicho que de una planta seca puede nacer una flor, / y yo lo creo. / Me han dicho que por una ventana entreabierta puede pasar un rayo de sol, / y yo lo creo... / Me han dicho que el mundo está muriendo por falta de amor, / ¡y yo no lo creo!”.
Jesús –dice Rigoldi, capellán en la cárcel para menores de Milán- emitió juicios, según el Evangelio (basta recordar lo que dijo a propósito de los hipócritas: Mt 23), y a nosotros nos manda que no juzguemos: “...con la medida con que midan se les medirá” (Mt 7,1). El problema está en que juzgamos a la persona y no su conducta. De este modo la enjaulamos, etiquetamos, catalogamos, impidiéndonos a nosotros mismos el poder conocerla y a ella el acercarse a nosotros.
Se pueden juzgar los objetos, los acontecimientos, las acciones, no las personas: la persona es libertad en movimiento; si la encerramos en el pequeño espacio de un juicio, la bloqueamos, la hacemos incapaz de cambiar. “Me sucedió que, para ir a la cárcel, tenía que pasar por una calle en que había muchos travestis. Como sucede cuando cada día tomas el colectivo y te encuentras con la misma gente, al principio no dices nada a nadie; luego, comienzas a saludar, hasta que llega el día en que entablas conversación...
Así hice con aquellos muchachos. Empezaron a contarme la tristeza de su vida de prostitución, de verse reducidos a objeto, usados..., necesitaban sentir humanidad por parte de alguien. Comencé a tomar café con ellos en el bar. Conocí sus historias. Constaté que muchas veces no nos atrevemos a dirigir la palabra a este tipo de personas, en el fondo porque tenemos miedo o nos creemos sin más superiores a ellos.
En mi apostolado he tenido éxitos y fracasos; pero, sobre todo me he convencido de que, dando sostén y confianza, el mundo de las posibilidades es mucho más rico y sorprendente que el de la fría realidad... ¡Un padre ama a sus hijos porque son hijos suyos, y no porque están sin pecado! ¡Así se comporta Dios...!
La causa es siempre la misma: la falta de afecto, no experimentar que alguien se cuida de ti. ¿Cómo puede pensar que vale algo un niño mirado con indiferencia por los adultos? ¡Hay que conocer antes de juzgar! Y esto puede suceder también a nivel de adultos, incluído quien se profesa cristiano; sin descontar la vida de sacerdotes, religiosos y religiosas, ¡incapaces de reconocer que su pesimismo o depresión no pocas veces se debe a la falta de afecto en sus vidas!”.

La Iglesia no es un conjunto de burócratas, ni una especie de “multinacional del producto cristiano” –encargada de producir nuevos cristianos y de conservar en buen estado los que ya lo son-, sino una comunión con Dios y con los hermanos, con todo el mundo. Eso nos enseñó aquel hombre de la calle, llamado Jesús, que se comportaba así, por la sencilla razón de que el Padre es así.
¡Un padre ama a sus hijos porque son hijos suyos, y no porque están sin pecado! ¡Así se comporta Dios...!
Josep Rovira, cmf