Reflexión para la Eucaristía del domingo 30 en base a; Mateo 23,1-12
Jesús habla con indignación profética. Su discurso dirigido a la gente y a sus discípulos es una dura crítica a los dirigentes religiosos de Israel. Mateo lo recoge hacia los años ochenta para que los dirigentes de la Iglesia cristiana no caigan en conductas parecidas.
¿Podremos recordar hoy las recriminaciones de Jesús con paz, en actitud de conversión, sin ánimo alguno de polémicas estériles? Sus palabras son una invitación para que obispos, presbíteros y cuantos tenemos alguna responsabilidad eclesial hagamos una revisión de nuestra actuación.
“No hacen lo que dicen”. Nuestro mayor pecado es la incoherencia. No vivimos lo que predicamos. Tenemos poder pero nos falta autoridad. Nuestra conducta nos desacredita. Nuestro ejemplo de vida más evangélica cambiaría el clima en muchas comunidades cristianas.
“Cargan fardos pesados sobre los hombros de la gente… pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar”. Es cierto. Con frecuencia, somos exigentes y severos con los demás, comprensivos e indulgentes con nosotros. Agobiamos a la gente sencilla con nuestras exigencias pero no les facilitamos la acogida del evangelio. No somos como Jesús que se preocupaba de hacer ligera su carga pues era sencillo y humilde de corazón.
“Todo lo que hacen es para que los vea la gente”. No podemos negar que es muy fácil vivir pendientes de nuestra imagen, buscando casi siempre “quedar bien” ante los demás. No vivimos ante ese Dios que ve en lo secreto. Estamos más atentos a nuestro prestigio personal.
“Les gustan los primeros puestos y los asientos de honor… y que les hagan reverencias por la calle”. Nos da vergüenza confesarlo, pero nos gusta. Buscamos ser tratados de manera especial, no como un hermano más. ¿Hay algo más ridículo que un testigo de Jesús buscando ser distinguido y reverenciado por la comunidad cristiana?
“No se dejen llamar maestros… ni guías… porque uno solo es su Maestro y su guía: Cristo”. El mandato evangélico no puede ser más claro: renuncien a los títulos para no hacer sombra a Cristo; orienten la atención de los creyentes sólo hacia él.
¿Por qué la Iglesia no hace nada por suprimir tantos títulos, prerrogativas, honores y dignidades para mostrar mejor el rostro humilde y cercano de Jesús?
“No llamen padre nuestro a nadie en la tierra porque uno solo es su Padre del cielo”. Para Jesús el título de Padre es tan único, profundo y entrañable que no ha de ser utilizado por nadie en la comunidad cristiana. ¿Por qué lo permitimos?
Eclesalia Informativo