El Adviento nos invita a no dudar de Dios, y nos hace un anuncio cargado de confianza. El, que viene a nuestra historia, viene para curarnos y fortalecernos, para liberarnos de miedos y de esclavitudes, de agobios y de angustias.
Su escuela es la esperanza. Su espacio es la paz. Siempre viene, siempre acoge. Siempre ofrece. El tiempo de adviento nos invita a que nos dejemos acoger por él y por los demás. Y que acojamos a los demás. Que seamos apoyo los unos de los otros, instrumentos suyos para consolar. Mimo, caricia, abrazo, ternura, alegría, compañerismo.
Es que el Señor puede venir y va a venir y estamos seguros. Ven Señor Jesús que se haga un grito que sale del corazón convencido de que queremos que el Señor venga y cambie nuestro corazón. Porque el Adviento no es para los perfectos.
Eso creo que nos tiene que quedar claro sino que el Adviento es para los que se saben débiles y pecadores y acuden a Jesús el Salvador. Jesús, está compadecido, y en el tiempo futuro enjugará lágrimas, dará de comer, anunciará palabras de vida y de fiesta y acogerá también a los que no están muy preparados y motivados. Más tarde Jesús, dando luz y confirmando toda ésta palabra profética dirá: no tienen necesidad de médicos los sanos sino los enfermos.
El Adviento nos invita a la esperanza ante todo a nosotros mismos. Aquí está nuestro Dios de quien esperábamos que nos salvara. Celebremos y gocemos con su salvación para que acudamos con confianza a ese Dios que salva. Dios nos invita a mirar con ilusión para adelante, a tratar de tener ojos nuevos para contemplar los cielos nuevos y la tierra nueva que Cristo está construyendo a partir del amor que le ponemos a las cosas todos los días.
Es que nos estamos preparando para la venida del Señor. De éste Jesucristo liberador, de todas las angustias, de todos los sufrimientos, de las carencias de los hombres y mujeres que acuden a El con confianza pero dispuestos a aceptar la propuesta del Reino
El nos espera, El nos llama, El curará todas nuestras miserias pero también está dispuesto a curar las debilidades de aquellos a quienes le presentamos. Aprovechemos éste momento de oración, de reflexión para volver a mirar hacia dentro de nuestro corazón, darle gracias si podemos detener un rato a contemplar nuestro corazón con la mirada de Dios.
Hay que permitir a Jesús que actúe cuando El llega a nuestra vida, a mi vida, a nuestra vida, por más que esté muy golpeada, si se lo permitimos lo hace con tal abundancia que se ve reflejada en la multiplicación de los panes y de los peces. Esto no es otra cosa que la abundancia de la presencia de Dios, es la abundancia del amor de Dios.
CORONA DE ADVIENTO
La Corona de Adviento tiene su origen en una tradición pagana europea que consistía en prender velas durante el invierno para representar al fuego del dios Sol, para que regresara con su luz y calor durante el invierno.
Los primeros misioneros aprovecharon esta tradición para evangelizar a las personas. Partían de sus costumbres para enseñarles la fe católica.
La corona está formada por una gran variedad de símbolos:
La forma circular: El círculo no tiene principio ni fin. Es señal del amor de Dios que es eterno, sin principio y sin fin, y también de nuestro amor a Dios y al prójimo que nunca debe de terminar.
Las ramas verdes: Verde es el color de esperanza y vida. Dios quiere que esperemos su gracia, el perdón de los pecados y la gloria eterna al final de nuestras vidas. El anhelo más importante en nuestras vidas debe ser llegar a una unión más estrecha con Dios, nuestro Padre.
Las cuatro velas: Nos hacen pensar en la obscuridad provocada por el pecado que ciega al hombre y lo aleja de Dios. Después de la primera caída del hombre. Así como las tinieblas se disipan con cada vela que encendemos, los siglos se fueron iluminando con la cada vez más cercana llegada de Cristo a nuestro mundo. Son cuatro velas las que se ponen en la corona y se prenden de una en una, durante los cuatro domingos de adviento al hacer la oración en familia.
Se acostumbra usar diferentes colores: una morada, una roja, una rosa y una blanca. Hay quienes acostumbran poner tres velas moradas y una rosa o blanca. Se prenden primero las moradas que nos recuerdan que es tiempo de penitencia, de conversión. La blanca o rosa significa la alegría de la llegada de Jesucristo.
Las manzanas rojas que adornan la corona: Representan los frutos del jardín del Edén con Adán y Eva que trajeron el pecado al mundo pero recibieron también la promesa del Salvador Universal.
El listón rojo: Representa nuestro amor a Dios y el amor de Dios que nos envuelve.