A veces vamos por la vida prematuramente encorvados, encogidos por peso innecesario, vueltos hacia dentro. Nos abruma alguna que otra losa. Sepultados en vida, en la fosa de los temores, las indecisiones o las memorias hirientes. Víctimas de la tristeza, del prejuicio o de la inseguridad.
Dios es el que nos invita a dejar caer el peso muerto. A romper las cadenas que aprisionan. A remontar el vuelo. Dios es el que nos tiende la mano y nos libera de lápidas innecesarias.
Es el que nos enseña a salvar obstáculos, a derribar los muros de la prisión interior. A plantarle cara a los temores y sacudirnos el yugo de lo innecesario. Y lo sorprendente es que a veces es más fácil de lo que parece. Solo hay que intentarlo, confiando en que no vamos solos.
1. PLANTARLE CARA AL MIEDO. “¿Quién nos apartará del amor de Dios? ¿Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, espada?” (Rom 8, 35)
Es mejor no dejar que nos domine el temor. El miedo que paraliza. El miedo al fracaso, al qué dirán, al juicio hiriente. El miedo a la soledad, a la tristeza, a la incomprensión. ¿Qué nos puede pasar? Con frecuencia lo que nos asusta son fantasmas que se desvanecen en cuanto les plantamos cara.
Así que quizás es más prudente aceptar que no tenemos todas las seguridades a mano, acoger la posibilidad de darse algún que otro golpe en la vida, y estar dispuestos a ello. Y, al final, salir a la intemperie. Arrostrar la tormenta. Correr algún riesgo. Para no encarcelarnos en la jaula de oro de lo seguro.
¿Qué te da miedo de tu vida? ¿De las relaciones que te importan? ¿de ti mismo?
2. DISPARAR A LA NOSTALGIA “… olvidando lo que queda atrás, me esfuerzo por lo que hay por delante y corro hacia la meta, hacia el premio al cual m e llama Dios desde arriba por medio del Mesías Jesús” (Flp 3, 13-14)
Somos quienes somos, y en buena medida construimos nuestra vida sobre lo vivido. La experiencia, los buenos y malos recuerdos, los aprendizajes que llevamos en la maleta… todo eso es importante. Pero el pasado puede convertirse en lastre, si quedamos presos de él.
Si nos domina la memoria de lo vivido, o de lo no vivido, para bien o para mal. Si no somos capaces de superar rencores o desaciertos. Si el amor de antaño nos impide amar hoy. Si el ayer ausente nos encadena. Contra todo eso, Dios nos invita a seguir viviendo hoy, y a mirar adelante, avanzando, impulsados por posibilidades, proyectos y sueños.
¿Hay nostalgias que tenga que tirar por la borda?
¿Hay memorias fecundas, que puedo llevar conmigo?
¿Y hay un horizonte hacia el que camino?
Pastoral Universitaria Jesuita.