Reflexión de la lectura de Marcos 1, 40-45, para la Eucaristía del domingo 12 de febrero.
Jesús era muy sensible al sufrimiento de quienes encontraba en su camino, marginados por la sociedad, despreciados por la religión o rechazados por los sectores que se consideraban superiores moral o religiosamente.
Es algo que le sale de dentro. Sabe que Dios no discrimina a nadie. No rechaza ni excomulga. No es solo de los buenos. A todos acoge y bendice. Jesús tenía la costumbre de levantarse de madrugada para orar. En cierta ocasión desvela cómo contempla el amanecer: "Dios hace salir su sol sobre buenos y malos". Así es él.
Por eso, a veces, reclama con fuerza que cesen todas las condenas: "No juzguen y no serán juzgados". Otras, narra pequeñas parábolas para pedir que nadie se dedique a "separar el trigo y la cizaña" como si fuera el juez supremo de todos.
Pero lo más admirable es su actuación. El rasgo más original y provocativo de Jesús fue su costumbre de comer con pecadores, prostitutas y gentes indeseables. El hecho es insólito. Nunca se había visto en Israel a alguien con fama de "hombre de Dios" comiendo y bebiendo animadamente con pecadores.
Los dirigentes religiosos más respetables no lo pudieron soportar. Su reacción fue agresiva: "Ahí tienen a un comilón y borracho, amigo de pecadores". Jesús no se defendió. Era cierto.
En lo más íntimo de su ser sentía un respeto grande y una amistad conmovedora hacia los rechazados por la sociedad o la religión.
Marcos recoge en su relato la curación de un leproso para destacar esa predilección de Jesús por los excluidos. Jesús está atravesando una región solitaria. De pronto se le acerca un leproso (podrían ser; divorciados, juntados, vagabundos, prostitutas, toxicómanos, sidóticos, inmigrantes, homosexuales...).
No viene acompañado por nadie. Vive en la soledad. Lleva en su piel la marca de su exclusión. Las leyes lo condenan a vivir apartado de todos. Es un ser impuro.
De rodillas, el leproso hace a Jesús una súplica humilde. Se siente sucio. No le habla de enfermedad. Solo quiere verse limpio de todo estigma: “Si quieres, puedes limpiarme”. Jesús se conmueve al ver a sus pies aquel ser humano desfigurado por la enfermedad y el abandono de todos.
Aquel hombre representa la soledad y la desesperación de tantos estigmatizados. Jesús “extiende su mano” buscando el contacto con su piel, “lo toca” y le dice: “Quiero. Queda limpio”.
Siempre que discriminamos desde nuestra supuesta superioridad moral a diferentes grupos humanos (vagabundos, prostitutas, toxicómanos, sidóticos, inmigrantes, homosexuales...), o los excluimos de la convivencia negándoles nuestra acogida, nos estamos alejando gravemente de Jesús.
Eclesalia Informativo