Reflexión de Marcos 2, 1-12 para prepararnos para la
Eucaristía del domingo 10 de febrero.
Jesús fue considerado por sus contemporáneos como un
curador singular. Nadie lo confunde con los magos o curanderos de la época.
Tiene su propio estilo de curar. No recurre a fuerzas extrañas ni pronuncia
conjuros o fórmulas secretas. No emplea amuletos ni hechizos.
Pero cuando se comunica con los enfermos contagia salud.
Los relatos evangélicos van dibujando de muchas maneras
su poder curador. Su amor apasionado a la vida, su acogida entrañable a cada
enfermo, su fuerza para regenerar lo mejor de cada persona, su capacidad de
contagiar su fe en Dios creaban las condiciones que hacían posible la curación.
Jesús no ofrece remedios para resolver un problema
orgánico. Se acerca a los enfermos buscando curarlos desde su raíz. No busca
solo una mejoría física. La curación del organismo queda englobada en una
sanación más integral y profunda. Jesús no cura solo enfermedades. Sana la vida
enferma.
Los diferentes relatos lo van subrayando de diversas
maneras. Libera a los enfermos de la soledad y la desconfianza contagiándoles
su fe absoluta en Dios: "Tú, ¿ya crees?". Al mismo tiempo, los
rescata de la resignación y la pasividad, despertando en ellos el deseo de
iniciar una vida nueva: "Tú, ¿quieres curarte?".
No se queda ahí. Jesús los libera de lo que bloquea su
vida y la deshumaniza: la locura, la culpabilidad o la desesperanza. Les ofrece
gratuitamente el perdón, la paz y la bendición de Dios. Los enfermos encuentran
en él algo que no les ofrecen los curanderos populares: una relación nueva con
Dios que los ayudará a vivir con más dignidad y confianza.
Marcos narra la curación de un paralítico en el interior
de la casa donde vive Jesús en Cafarnaún. Es el ejemplo más significativo para
destacar la profundidad de su fuerza curadora. Venciendo toda clase de
obstáculos, cuatro vecinos logran traer hasta los pies de Jesús a un amigo
paralítico.
Jesús interrumpe su predicación y fija su mirada en él.
¿Dónde está el origen de esa parálisis? ¿Qué miedos, heridas, fracasos y
oscuras culpabilidades están bloqueando su vida? El enfermo no dice nada, no se
mueve. Allí está, ante Jesús, atado a su camilla.
¿Qué necesita este ser humano para ponerse en pie y
seguir caminando? Jesús le habla con ternura de madre: «Hijo, tus pecados
quedan perdonados». Deja de atormentarte. Confía en Dios. Acoge su perdón y su
paz. Atrévete a levantarte de tus errores y tu pecado. Cuántas personas necesitan
ser curadas por dentro. ¿Quién les ayudará a ponerse en contacto con un Jesús
curador?
Eclesalia informativo.
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