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Horco Molle (Arbol del Cerro) - Tucumán |
Algunas voces nos invitan a entrar, prometiéndonos vida si
hacemos esto o aquello, o si compramos un cierto producto o una cierta idea;
otras voces nos amenazan.
Algunas voces nos hacen señales para quedar atrapados
en el odio, la amargura y la ira, mientras que otras nos retan hacia el amor,
la misericordia y el perdón.
¿Cómo reconocemos la voz de Dios entre y
dentro de estas voces?
La pregunta no tiene fácil respuesta. Dios,
como nos dice la Escritura, es el autor de todo lo bueno, lleve o no una
etiqueta religiosa. De ahí que la voz de Dios se encuentre en muchas cosas que
no están explícitamente conectadas con la fe y la religión, así como, por el
contrario, la voz de Dios no se encuentre en todo lo que se hace pasar por
religioso. Pero, ¿cómo discernimos esto?
Jesús nos ofrece una metáfora maravillosa con
la que podemos actuar; pero es precisamente sólo una metáfora: Nos dice que él
es el “Buen Pastor” y que sus ovejas reconocerán su voz entre otras muchas
voces. Al compartir esta metáfora, Jesús está describiendo una práctica común
entre los pastores de aquel tiempo: Por la noche, para asegurar protección y
compañerismo, los pastores juntaban sus rebaños en un cercado o aprisco común.
Entonces, por la mañana, separaban las ovejas valiéndose de su voz.
Así pasa también con nosotros: en medio de
todas las voces que nos rodean y nos hacen guiños, ¿cómo discernimos la cadencia única de la voz de Dios? ¿Cuál es
la voz del Buen Pastor?
- Se reconoce la voz de Dios en los susurros
y en los tonos suaves, mientras es reconocida también en el trueno y en la
tormenta.
- Se reconoce la voz de Dios dondequiera se
observe vida, alegría, salud, color y humor, mientras se la reconoce también
dondequiera uno percibe muerte, sufrimiento, forzada pobreza y espíritu
derrotado.
-Se reconoce la voz de Dios en lo que nos
llama a lo más elevado, nos sitúa aparte y nos invita a la santidad, mientras
se la reconoce también en todo lo que nos llama a la humildad, a la inmersión
en la humanidad y en lo que rechaza denigrar a nuestra humanidad.
- Se reconoce la voz de Dios en lo que
aparece en nuestras vidas como “extranjero”, como otro, como “extraño”,
mientras se la reconoce en la voz que nos hace señas para entrar en nuestro
hogar.
- La voz de Dios es la que más nos reta y nos
exige, mientras, en última instancia, es la única voz que nos tranquiliza y nos
consuela.
- La voz de Dios entra en nuestras vidas con
el mayor de los poderes, mientras permanece siempre en vulnerabilidad, como un
niño indefenso en el pesebre.
- La voz de Dios se oye siempre de modo
privilegiado en los pobres, mientras nos hace señales a través de la voz del
intelectual y del artista.
- La
voz de Dios nos invita siempre a vivir por encima de todo miedo, mientras
nos inspira un santo temor.
- La voz de Dios se oye en los dones del
Espíritu Santo, mientras nos invita a no negar nunca las complejidades de
nuestro mundo y de nuestras propias vidas.
- La voz de Dios se oye siempre allí donde
haya auténtico placer y gratitud, mientras nos pide negarnos y morir a nosotros
mismos y relativizar con libertad todo lo de este mundo.
- La voz de Dios –eso parece– se encuentra siempre en la paradoja.
Ron Rolheiser