Reflexión para la Eucaristía del domingo 18 en base a Juan 3, 14-21
El evangelista Juan nos habla de un extraño encuentro de
Jesús con un importante fariseo, llamado Nicodemo. Según el relato, es Nicodemo
quien toma la iniciativa y va a donde Jesús “de noche”. Intuye que Jesús es “un
hombre venido de Dios”, pero se mueve entre tinieblas. Jesús lo irá conduciendo
hacia la luz.
Nicodemo representa en el relato a todo aquel que busca
sinceramente encontrarse con Jesús. Por eso, en cierto momento, Nicodemo
desaparece de escena y Jesús prosigue su discurso para terminar con una
invitación general a no vivir en tinieblas, sino a buscar la luz.
Según Jesús, la luz que lo puede iluminar todo está en el
Crucificado. La afirmación es atrevida: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a
su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que
tengan vida eterna”. ¿Podemos ver y sentir el amor de Dios en ese hombre
torturado en la cruz?
Acostumbrados desde niños a ver la cruz por todas partes,
no hemos aprendido a mirar el rostro del Crucificado con fe y con amor. Nuestra
mirada distraída no es capaz de descubrir en ese rostro la luz que podría
iluminar nuestra vida en los momentos más duros y difíciles.
Sin embargo, Jesús nos está mandando desde la cruz
señales de vida y de amor.
En esos brazos extendidos que no pueden ya abrazar a los
niños, y en esa manos clavadas que no pueden acariciar a los leprosos ni
bendecir a los enfermos, está Dios con sus brazos abiertos para acoger, abrazar
y sostener nuestras pobres vidas, rotas por tantos sufrimientos.
Desde ese rostro apagado por la muerte, desde esos ojos
que ya no pueden mirar con ternura a pecadores y prostitutas, desde esa boca
que no puede gritar su indignación por las víctimas de tantos abusos e
injusticias, Dios nos está revelando su "amor loco" a la Humanidad.
“Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo,
sino para que el mundo se salve por él”. Podemos acoger a ese Dios y lo podemos
rechazar. Nadie nos fuerza. Somos nosotros los que hemos de decidir. Pero “la
Luz ya ha venido al mundo”. ¿Por qué tantas veces rechazamos la luz que nos
viene del Crucificado?
Él podría poner luz en la vida más desgraciada y
fracasada, pero “el que obra mal... no se acerca a la luz para no verse acusado
por sus obras”. Cuando vivimos de manera poco digna, evitamos la luz porque nos
sentimos mal ante Dios. No queremos mirar al Crucificado. Por el contrario, “el
que realiza la verdad, se acerca a la luz”. No huye a la oscuridad. No tiene
nada que ocultar. Busca con su mirada al Crucificado. Él lo hace vivir en la
luz.
Eclesalia Informativo