Reflexión para la Eucaristía del domingo 8 de abril en
base a; Juan 20, 1-9
Creer en el Resucitado es resistirnos a aceptar que
nuestra vida es solo un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos.
Apoyándonos en Jesús resucitado por Dios, intuimos,
deseamos y creemos que Dios está conduciendo hacia su verdadera plenitud el
anhelo de vida, de justicia y de paz que se encierra en el corazón de la
Humanidad y en la creación entera.
Creer en el Resucitado es rebelarnos con todas nuestras fuerzas
a que esa inmensa mayoría de hombres, mujeres y niños, que solo han conocido en
esta vida miseria, humillación y sufrimientos, queden olvidados para siempre.
Creer en el Resucitado es confiar en una vida donde ya no
habrá pobreza ni dolor, nadie estará triste, nadie tendrá que llorar. Por fin
podremos ver a los que vienen en pateras llegar a su verdadera patria.
Creer en el Resucitado es acercarnos con esperanza a
tantas personas sin salud, enfermos crónicos, discapacitados físicos y
psíquicos, personas hundidas en la depresión, cansadas de vivir y de luchar. Un
día conocerán lo que es vivir con paz y salud total. Escucharán las palabras
del Padre: "Entra para siempre en el gozo de tu Señor".
Creer en el Resucitado es no resignarnos a que Dios sea
para siempre un "Dios oculto" del que no podamos conocer su mirada,
su ternura y sus abrazos. Lo encontraremos encarnado para siempre gloriosamente
en Jesús.
Creer en el Resucitado es confiar en que nuestros
esfuerzos por un mundo más humano y dichoso no se perderán en el vacío. Un día
feliz, los últimos serán los primeros y las prostitutas nos precederán en el
Reino.
Creer en el Resucitado es saber que todo lo que aquí ha
quedado a medias, lo que no ha podido ser, lo que hemos estropeado con nuestra
torpeza o nuestro pecado, todo alcanzará en Dios su plenitud. Nada se perderá
de lo que hemos vivido con amor o a lo que hemos renunciado por amor.
Creer en el Resucitado es esperar que las horas alegres y
las experiencias amargas, las "huellas" que hemos dejado en las
personas y en las cosas, lo que hemos construido o hemos disfrutado
generosamente, quedará transfigurado. Ya no conoceremos la amistad que termina,
la fiesta que se acaba ni la despedida que entristece. Dios será todo en todos.
Creer en el Resucitado es creer que un día escucharemos
estas increíbles palabras que el libro del Apocalipsis pone en boca de Dios:
"Yo soy el origen y el final de todo. Al que tenga sed, yo le daré gratis
del manantial del agua de la vida".
Ya no habrá muerte ni habrá llanto, no
habrá gritos ni fatigas porque todo eso habrá pasado.
Eclesalia Informativo