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Misión Semana Santa 2012 - El Nogalito

Participar de una misión ha sido siempre una ilusión en mi vida, muchas veces he meditado la última voluntad de Cristo: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio” y también el ejemplo y testimonio de tantos hombres y mujeres como la Madre Teresa. 
Ella hablaba de su vocación como un: “Salir. Ir. Partir”. Un dejarse y dejarlo todo para seguir a Cristo por el bien de los hermanos, porque eso llena el alma y hace feliz.
La convicción de que Dios nos necesita es un hecho real, Él ha querido que nuestra salvación y la de muchas almas, dependa de nuestra correspondencia a la Gracia, porque somos instrumentos de salvación para que muchas personas puedan encontrarse con Cristo.
Así, el Señor me llamó para participar de esta Misión de Semana Santa. Junto a ustedes pude acompañar a Cristo en los momentos de su Pasión y Muerte, sostener a María en su dolor, siguiendo el ejemplo del apóstol san Juan y vivir la alegría de su Resurrección desde otra dimensión pastoral.
Iba con la conciencia de ser instrumento en las manos de Dios. Iba a un lugar desconocido, con gente que no conocía mucho, pero llena de confianza, sabiendo que Otro iba a actuar, no sería yo, sino Él por medio de mí. “A veces me pregunto: "¿por qué yo?" y sólo me respondes: "porque quiero". Es un misterio grande que nos llames así, tal como somos, a Tu encuentro”.
En lo alto de la montaña, la primera impresión fue la de inmensidad y gratitud; en lo verde de esas solitarias arboledas, viven personas de corazón sencillo, gente trabajadora, acostumbrada al calor y al frío extremos, gente de corazón abierto, generosa, servicial y muy muy hospitalaria, al verlos recordaba las palabras de Jesús:“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”; “Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán en herencia la tierra”... Y son familias numerosas, para quienes Dios y la fe lo son todo, y vienen de la mano de ustedes, de los misioneros.
Pude ver que esos hermanos tenían sed de Dios: niños, jóvenes, adultos y ancianos, hombres y mujeres, recibían con alegría las invitaciones para participar de las distintas actividades litúrgicas: la celebración de la Última Cena, el vía Crucis, hora santa, la exaltación de la Cruz, las visitas a los siete monumentos, la vigilia pascual, la misa de pascua. Y lo más emotivo, el Sacramento de la reconciliación, todos esperaron pacientemente su turno para pedir perdón al Señor… confesiones profundas, serenas, llenas de fe, de arrepentimiento, algunas de lágrimas.
Transitando el camino al Duraznillo, llegamos a la casa de doña Luisa, donde no sólo conocí al famoso loro, sino que encontré una imagen gigantesca de la Virgen de Guadalupe. A Ella le encomendé la comunidad, porque Ella es la reina de América y había asistido a los misioneros en la primera evangelización del continente. La noche caía en las montañas y nos esperaba un largo camino de regreso a la escuela del Nogalito, al contemplarla recordé las mismas palabras que le dirigió a Juan Diego: “¿Qué tienes que temer? ¿No estoy yo aquí que soy tu madre?”.
Y de regreso, una luna inmensa iluminaba la senda, la lunita tucumana fue nuestra compañera en la noche fresca y serena. Un regalo más nos esperaba, en una casita sencilla, a la luz de las velas, nos deleitamos con el canto y la guitarra, fue un momento de bendición, en el que el Señor nos reconfortaba el corazón y nos anunciaba que la tristeza ya había pasado, ya estábamos en sábado de Gloria y Él venía victorioso a renovarnos.
Allí quedaron en la senda del Nogalito, las cruces que veneramos en las estaciones del Vía Crucis, como centinelas de la fe, testigos de un Amor que ha pasado por tantas familias en esta Semana Santa. Ese es el verdadero sentido de la Pascua, el paso del Señor por la vida de las personas.
Y como ustedes me enseñaron, los más enriquecidos son los misioneros, al ser “misionados” por el fervor de tantas almas, por la pureza y fidelidad de su fe, el amor de Dios y la caridad que conservan estas personas como un tesoro invaluable.
Volví convencida de que para ser misionera no basta colgarse una cruz al cuello, irse muy lejos y tocar de puerta en puerta, no es cuestión de buena voluntad. Se es misionero primero en el corazón, nadie puede dar lo que no tiene; esta vocación exige fe, esperanza y amor.
Las oraciones, sacrificios y acciones ofrecidas a Dios con amor tienen un valor infinito ante sus ojos, así se pueden ganar méritos infinitos para las almas, aunque nos separen varios kilómetros de distancia, estarán siempre en mis oraciones: “Aquí van mis trabajos y mi fe, mi canto, mis bajones y mis sueños; y todas las personas que me diste desde mi corazón te las ofrezco”.
El pueblo del Nogalito les sigue pidiendo, como lo hizo con san Pablo aquel pueblo de paganos: «por favor, no dejen de pasar a visitarnos, los necesitamos» (Hch. 16,9).
Así es la historia de la salvación, así sucedió con María: «hágase». Basta una palabra de ustedes, un acto de generosidad y de amor, para que Dios pueda tocar y transformar el corazón de la comunidad del Nogalito, para que muchos niños sigan sonriendo, para que tantos ancianos y enfermos tengan motivos para seguir confiando, para que las familias encuentren consuelo cuando parten sus seres queridos, para que los bebitos reciban el sacramento del Bautismo, para que a otros muchos Zaqueos, Cristo les cambie la vida al decir: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa» (Lc. 19,9).
Mariana Cecilia Vega - Coordinadora Movimiento Católico Palestra Tucumán