Reflexión para la Eucaristía del domingo 29 de abril en
base a; Juan 10, 11-18
El símbolo de Jesús como pastor bueno produce hoy en
algunos cristianos cierto fastidio. No queremos ser tratados como ovejas de un
rebaño.
No necesitamos a nadie que gobierne y controle nuestra
vida. Queremos ser respetados. No necesitamos de ningún pastor.
No sentían así los primeros cristianos.
La figura de Jesús buen pastor se convirtió muy pronto en
la imagen más querida de Jesús. Ya en las catacumbas de Roma se le representa
cargando sobre sus hombros a la oveja perdida. Nadie está pensando en Jesús
como un pastor autoritario dedicado a vigilar y controlar a sus seguidores, sino
como un pastor bueno que cuida de ellas.
El "pastor bueno" se preocupa de sus ovejas. Es
su primer rasgo. No las abandona nunca. No las olvida. Vive pendiente de ellas.
Está siempre atento a las más débiles o enfermas.
No es como el pastor mercenario que, cuando ve algún
peligro, huye para salvar su vida abandonando al rebaño. No le importan las
ovejas.
Jesús había dejado un recuerdo imborrable. Los relatos
evangélicos lo describen preocupado por los enfermos, los marginados, los
pequeños, los más indefensos y olvidados, los más perdidos.
No parece preocuparse de sí mismo. Siempre se le ve
pensando en los demás. Le importan sobre todo los más desvalidos.
Pero hay algo más. "El pastor bueno da la vida por
sus ovejas". Es el segundo rasgo. Hasta cinco veces repite el evangelio de
Juan este lenguaje. El amor de Jesús a la gente no tiene límites. Ama a los
demás más que a sí mismo. Ama a todos con amor de buen pastor que no huye ante
el peligro sino que da su vida por salvar al rebaño.
Por eso, la imagen de Jesús, "pastor bueno", se
convirtió muy pronto en un mensaje de consuelo y confianza para sus seguidores.
Los cristianos aprendieron a dirigirse a Jesús con palabras tomadas del salmo
22: "El Señor es mi pastor, nada me falta... aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo... Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida".
Los cristianos vivimos con frecuencia una relación
bastante pobre con Jesús. Necesitamos conocer una experiencia más viva y
entrañable. No creemos que él cuida de nosotros. Se nos olvida que podemos
acudir a él cuando nos sentimos cansados y sin fuerzas o perdidos y
desorientados.
Una Iglesia formada por cristianos que se relacionan con
un Jesús mal conocido, confesado solo de manera doctrinal, un Jesús lejano cuya
voz no se escucha bien en las comunidades..., corre el riesgo de olvidar a su
Pastor. Pero, ¿quién cuidará a la Iglesia si no es su Pastor?
Eclesalia Informativo