
Es curioso cómo a menudo uno se descubre protestando por
casi cualquier cosa. Siempre encuentras motivos para sacar punta a la realidad.
Siempre hay fisuras, problemas, la realidad es incompleta
y se pueden hallar, en los otros, aristas inconvenientes. Y ante ello, se
impone protestar, porque si no, te pisan, te ningunean, o te tienes que comer
los marrones de otros. Y así, se van sumando voces al coro de lamentos.
Todos podemos protestar, unos de otros. Se queja el
estudiante de los profesores, estos de los compañeros, todos de la dirección.
Los hijos protestan por los padres, y estos se lamentan de lo ingobernables que
se han vuelto sus críos. Se quejan los creyentes de la sociedad secularizada
que ataca y critica.
Los no creyentes de la Iglesia que se quiere imponer. Se
quejan los cristianos de a pie de los obispos. Estos, del mundo. Se quejan los
trabajadores de los jefes, y estos de aquellos. Se queja la ciudadanía de los
políticos, y estos, unos de otros, y todos de «la coyuntura».
Hay tantos motivos para protestar, que parecería hasta
insolidario no hacerlo, ¿Verdad?
- NO QUEJARSE POR TONTERÍAS - «Como ciegos vamos palpando
la pared, andamos a tientas como gente sin vista; en pleno día tropezamos como
al anochecer, en pleno vigor estamos como los muertos. Gruñimos todos igual que
osos y nos quejamos como palomas. Esperamos en el derecho, pero nada; en la
salvación, y está lejos de nosotros.» (Is 59, 10-11)
Precisamente por esa abundancia de motivos para la queja
es importante mantener la perspectiva. Porque si uno protesta por todo, y en
cualquier momento, tal vez se esté quitando lo único que les queda a las
verdaderas víctimas de nuestro mundo: la voz.
Está claro que el cristiano habrá de ser crítico,
profético, idealista y añorar un mundo mejor… pero parte de esa mirada crítica
pasa por distinguir bien los verdaderos motivos para la exigencia, de esos
otros motivos pueriles y a veces egoístas.
Te pido, Señor, que me enseñes a no protestar por bobadas.
A alzar la voz por aquello que merece la pena. Y a ser crítico, no desde el
resentimiento o la furia, sino desde la ternura y la compasión.
¿Hay en mi entorno motivos para la queja?
¿Hay veces en que protesto por tonterías?
- MÁS PROFETISMO Y MENOS QUEJA. - «Suscitaré un profeta
de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca y les dirá lo
que yo le mande.» (Dt 18,18)
Pero está claro que hay que alzar la voz, protestar,
clamar y denunciar muchas cosas que no funcionan. Sólo que no deberíamos
hacerlo como el crío que tiene una pataleta y grita, con un berrinche a veces
excesivo.
Tenemos en la historia gente que nos ha enseñado una manera
diferente de protestar. Son los profetas, aquellos que eran capaces de
denunciar lo que no funciona, alzar la voz con seriedad y compromiso, y al
tiempo aventurar horizontes mejores.
Protestas, propuestas y compromiso. Esos tres elementos
lo cambian todo. Denunciar lo que está mal. Proponer hacia dónde caminar, y
comprometerse uno mismo, tu tiempo, tu capacidad, a veces la vida entera, para
perseguir aquello que crees justo. Es un buen reto para nuestros tiempos, tan
ávidos de justicia y esperanza.
Te pido, Señor, que suscites entre nosotros profetas.
Hombres y mujeres capaces de levantar su voz, en nombre de todos aquellos que
necesitan respuestas.
¿Siento que también yo, de alguna manera, puedo ser
profeta de esta manera?
¿Podría formular protestas, propuestas y compromisos
personales para este mundo?
Pastoral Universitaria Jesuita