Un amigo me contó una historia de su vida, de su familia, y al escucharlo percibí con intensidad el agradecimiento a la protagonista de esa historia.
Si indagamos en nuestras raíces familiares, con nuestros mayores, veremos que en muchas de ellas existía la costumbre cuando había varios hijos y la familia por tanto numerosa, que uno de ellos/as cumplía un rol destacado en el funcionamiento familiar y en la vida de los demás miembros.
Generalmente era la hermana mayor, la que acompañaba a la madre en los quehaceres de la casa y en el cuidado de sus hermanos.
También existía la persona (generalmente mujer) que se agregaba a la familia pero que tenía otros padres y la daban para que la cuiden. No era un empleada o una “sirvienta”, era una más de la familia pero cumplía el rol que marcábamos arriba.
En esta mujer se apoyaba todo el mundo, cocinaba, los llevaba a la escuela, los cuidaba cuando estaban enfermos. Cuando sus hermanos menores se hacían grandes y se casaban, generalmente seguía esa labor, cuidando a sus sobrinos, quedándose fines de semanas con ellos para cuidarlos, o cuando sus padres tenían acontecimientos sociales.
Generalmente sabían leer y escribir, pero por lo que se decidió para ella, no podía aspirar a otras cosas, seguir estudiando, casarse, tener familia propia, porque existía un lazo invisible de años que la ataba a todos los miembros de la familia.
Pasados los años quedó casi sola, ya mayor de edad, enferma y al tiempo murió, casi sola, rodeada de unos pocos familiares.
Peyorativamente –me contaba- le decían la Chata, porque reconocían en ella a la persona que les sirvió de apoyo durante sus vidas. Quedó chata, empequeñecida en sus cosas, en su persona, en sus proyectos para aportar involuntariamente al bien común de la familia.
Quizás, sin proponérselo, ese “nombre” era un homenaje a esa mujer, que cumplió la tarea de cuidar, estar, sostener, velar, acompañar a todos en la familia, quedó chata de tanto soportar el peso de tan colosal tarea.
Parece una historia triste, y lo es en cierta forma, pero sería injusto que esto quede así, por eso este relato, para que sepamos valorar a todos los chatos y chatas de nuestra vida, a todos aquellos que por cierto tiempo fueron el lugar donde apoyamos el peso (la vida) y llegamos a ser lo que hoy somos; nuestros padres, algún hermano, algún familiar, un amigo, un desconocido, un maestro, un profesor, una compañera.
Es una enseñanza también, para saber mirar con otros ojos a aquellos que son nuestro sostén y que esas personas, si deciden sostener a otros, debe ser en forma voluntaria. Deben decidir sobre su propia vida.
Si quisieramos significar LA PALANCA como la entendemos en Palestra, lo que hizo esta mujer es una PALANCA EN VIDA.
Tiempo de Cuaresma, tiempo de esfuerzo espiritual, tiempo de buscar el apoyo del que seguramente sostuvo a esta Mujer; el Chato Jesús.
Si indagamos en nuestras raíces familiares, con nuestros mayores, veremos que en muchas de ellas existía la costumbre cuando había varios hijos y la familia por tanto numerosa, que uno de ellos/as cumplía un rol destacado en el funcionamiento familiar y en la vida de los demás miembros.
Generalmente era la hermana mayor, la que acompañaba a la madre en los quehaceres de la casa y en el cuidado de sus hermanos.
También existía la persona (generalmente mujer) que se agregaba a la familia pero que tenía otros padres y la daban para que la cuiden. No era un empleada o una “sirvienta”, era una más de la familia pero cumplía el rol que marcábamos arriba.
En esta mujer se apoyaba todo el mundo, cocinaba, los llevaba a la escuela, los cuidaba cuando estaban enfermos. Cuando sus hermanos menores se hacían grandes y se casaban, generalmente seguía esa labor, cuidando a sus sobrinos, quedándose fines de semanas con ellos para cuidarlos, o cuando sus padres tenían acontecimientos sociales.
Generalmente sabían leer y escribir, pero por lo que se decidió para ella, no podía aspirar a otras cosas, seguir estudiando, casarse, tener familia propia, porque existía un lazo invisible de años que la ataba a todos los miembros de la familia.
Pasados los años quedó casi sola, ya mayor de edad, enferma y al tiempo murió, casi sola, rodeada de unos pocos familiares.
Peyorativamente –me contaba- le decían la Chata, porque reconocían en ella a la persona que les sirvió de apoyo durante sus vidas. Quedó chata, empequeñecida en sus cosas, en su persona, en sus proyectos para aportar involuntariamente al bien común de la familia.
Quizás, sin proponérselo, ese “nombre” era un homenaje a esa mujer, que cumplió la tarea de cuidar, estar, sostener, velar, acompañar a todos en la familia, quedó chata de tanto soportar el peso de tan colosal tarea.
Parece una historia triste, y lo es en cierta forma, pero sería injusto que esto quede así, por eso este relato, para que sepamos valorar a todos los chatos y chatas de nuestra vida, a todos aquellos que por cierto tiempo fueron el lugar donde apoyamos el peso (la vida) y llegamos a ser lo que hoy somos; nuestros padres, algún hermano, algún familiar, un amigo, un desconocido, un maestro, un profesor, una compañera.
Es una enseñanza también, para saber mirar con otros ojos a aquellos que son nuestro sostén y que esas personas, si deciden sostener a otros, debe ser en forma voluntaria. Deben decidir sobre su propia vida.
Si quisieramos significar LA PALANCA como la entendemos en Palestra, lo que hizo esta mujer es una PALANCA EN VIDA.
Tiempo de Cuaresma, tiempo de esfuerzo espiritual, tiempo de buscar el apoyo del que seguramente sostuvo a esta Mujer; el Chato Jesús.