I. “Nos hemos marchitado como el follaje”
1. Nunca vi tan triste el parque del Seminario. La cancha, siempre verde, estaba polvorienta. Y las plantas, marchitándose. ¡Cuánto que no llovía! La seca viene de lejos. En mi vida vi el campo tan triste como cuando viajé a Paraná. ¿Qué está pasando?
Con ser tan grave el cambio climático, no es lo que más me preocupa. Ni la sequía del campo. Hay otra seca mucho más grave, la del espíritu. La que sentía Israel en el exilio. “Nos hemos marchitado como el follaje y nuestras culpas nos arrastran como el viento” (Is 64,5), escuchamos a Isaías.
2. Conviene que consideremos la seca espiritual que vivimos. Si no la reconociésemos, Dios no vendría a irrigar nuestras vidas.
El profeta es consciente de la sequedad de Israel: “¿Por qué, Señor, endureces nuestros corazones para que dejen de temerte?… Desde siempre fuimos rebeldes contra ti… No hay nadie que invoque tu Nombre, nadie que despierte para aferrarse a ti”.
Por ello, el profeta ansía una lluvia divina y exclama: “¡Cielos, hagan caer el rocío! ¡Nubes, lluevan la justicia!” (Is 45,8). Exclamación que la Iglesia repite todos los jueves de Adviento en la oración de la mañana, ansiando la venida de Cristo.
II. La sequedad espiritual en que vivimos
3. También en la Argentina existe seca espiritual. Y a todo nivel. En el personal: cuando uno se pone como centro y todos tienen que acatar sus caprichos.
En el familiar. Si sus miembros optan por el individualismo: es imposible que no se choquen y maltraten. Y entonces, la familia, en vez de perfeccionarlos, los frustra.
En el nivel social, la sequedad es terrible, y agrava la sequedad de los individuos y de la familia. Medios televisivos, con horas de programas chabacanos, mostrando cómo se agraden artistas de segunda categoría. ¿Ese es el trato que nos proponen?
En la escuela: ¿por qué los maestros, para defender sus derechos, no eligen medios que no dañen a sus alumnos? ¿Creen que así les enseñan a defender mañana su dignidad? La situación no es mejor en el resto del mundo del trabajo: matonismo y prepotencia son moneda frecuente.
En el nivel de la política menuda: hace tiempo los argentinos detestamos el tono altisonante de los discursos. Lo mismo, las vivezas de que hacen gala muchos políticos. Sin embargo, estos vicios continúan cultivándose como si fuesen el elixir de la democracia.
En el nivel de la gran política: nos disponemos a celebrar 30 años de la mediación papal y de la paz con Chile. Pero no acertamos a resolver un conflicto menor con la República del Uruguay. Y en medio de nuestra sequedad espiritual, nos sorprende la sequedad internacional, que es crisis no sólo de la economía, sino de la moral del mercado y de los pueblos.
III. “Yo daré a beber de la fuente del agua de la vida”
4. ¿Y dentro de la Iglesia? Porque la sociedad civil ande sedienta, no por eso hemos de colegir que la Iglesia esté saciada.
Es cierto que en ella está Jesucristo, que nos invita: “Al que tiene sed yo le daré de beber gratuitamente de la fuente del agua de la vida” (Ap 21,6). Pero ¿si la Iglesia no bebiese?
5. No podemos contentarnos con verificar la sequía espiritual en Iglesias lejanas. Hemos de tener la valentía del Espíritu y preguntarnos: ¿no se da también en la nuestra? los Obispos hemos relacionado muchas veces la crisis moral de la sociedad con una falla grave en la conducta de los cristianos como ciudadanos. La cual supone, a su vez, una falla en la vocación cristiana. La fe con que profesamos que Dios es nuestro Padre, nos lleva a profesar que somos hermanos de los demás hombres, en especial con los que convivimos. Por ello, cuando falla la convivencia de un pueblo que se reconoce católico, en la práctica falla la fe que profesa.
IV. Construir el futuro que viene
6. Pronto es Navidad. Y está encima el Bicentenario 2010-2016. ¿Qué sucederá? Nada es por arte de magia. Todo lo positivo es fruto de nuestra responsabilidad cotidiana. A ambas celebraciones podemos aplicar la enseñanza que Jesús nos da hoy: “Será como un hombre que se va de viaje, deja su casa al cuidado de sus servidores, asigna a cada uno su tarea, y recomienda al portero que permanezca en vela” (Mc 13,14). La alegría navideña será auténtica, y el Bicentenario será inspirador de una Argentina nueva, si cumplimos a conciencia la tarea asignada.
Mons. Carmelo Giaquinta, Arzobispo Emérito de Resistencia
1. Nunca vi tan triste el parque del Seminario. La cancha, siempre verde, estaba polvorienta. Y las plantas, marchitándose. ¡Cuánto que no llovía! La seca viene de lejos. En mi vida vi el campo tan triste como cuando viajé a Paraná. ¿Qué está pasando?
Con ser tan grave el cambio climático, no es lo que más me preocupa. Ni la sequía del campo. Hay otra seca mucho más grave, la del espíritu. La que sentía Israel en el exilio. “Nos hemos marchitado como el follaje y nuestras culpas nos arrastran como el viento” (Is 64,5), escuchamos a Isaías.
2. Conviene que consideremos la seca espiritual que vivimos. Si no la reconociésemos, Dios no vendría a irrigar nuestras vidas.
El profeta es consciente de la sequedad de Israel: “¿Por qué, Señor, endureces nuestros corazones para que dejen de temerte?… Desde siempre fuimos rebeldes contra ti… No hay nadie que invoque tu Nombre, nadie que despierte para aferrarse a ti”.
Por ello, el profeta ansía una lluvia divina y exclama: “¡Cielos, hagan caer el rocío! ¡Nubes, lluevan la justicia!” (Is 45,8). Exclamación que la Iglesia repite todos los jueves de Adviento en la oración de la mañana, ansiando la venida de Cristo.
II. La sequedad espiritual en que vivimos
3. También en la Argentina existe seca espiritual. Y a todo nivel. En el personal: cuando uno se pone como centro y todos tienen que acatar sus caprichos.
En el familiar. Si sus miembros optan por el individualismo: es imposible que no se choquen y maltraten. Y entonces, la familia, en vez de perfeccionarlos, los frustra.
En el nivel social, la sequedad es terrible, y agrava la sequedad de los individuos y de la familia. Medios televisivos, con horas de programas chabacanos, mostrando cómo se agraden artistas de segunda categoría. ¿Ese es el trato que nos proponen?
En la escuela: ¿por qué los maestros, para defender sus derechos, no eligen medios que no dañen a sus alumnos? ¿Creen que así les enseñan a defender mañana su dignidad? La situación no es mejor en el resto del mundo del trabajo: matonismo y prepotencia son moneda frecuente.
En el nivel de la política menuda: hace tiempo los argentinos detestamos el tono altisonante de los discursos. Lo mismo, las vivezas de que hacen gala muchos políticos. Sin embargo, estos vicios continúan cultivándose como si fuesen el elixir de la democracia.
En el nivel de la gran política: nos disponemos a celebrar 30 años de la mediación papal y de la paz con Chile. Pero no acertamos a resolver un conflicto menor con la República del Uruguay. Y en medio de nuestra sequedad espiritual, nos sorprende la sequedad internacional, que es crisis no sólo de la economía, sino de la moral del mercado y de los pueblos.
III. “Yo daré a beber de la fuente del agua de la vida”
4. ¿Y dentro de la Iglesia? Porque la sociedad civil ande sedienta, no por eso hemos de colegir que la Iglesia esté saciada.
Es cierto que en ella está Jesucristo, que nos invita: “Al que tiene sed yo le daré de beber gratuitamente de la fuente del agua de la vida” (Ap 21,6). Pero ¿si la Iglesia no bebiese?
5. No podemos contentarnos con verificar la sequía espiritual en Iglesias lejanas. Hemos de tener la valentía del Espíritu y preguntarnos: ¿no se da también en la nuestra? los Obispos hemos relacionado muchas veces la crisis moral de la sociedad con una falla grave en la conducta de los cristianos como ciudadanos. La cual supone, a su vez, una falla en la vocación cristiana. La fe con que profesamos que Dios es nuestro Padre, nos lleva a profesar que somos hermanos de los demás hombres, en especial con los que convivimos. Por ello, cuando falla la convivencia de un pueblo que se reconoce católico, en la práctica falla la fe que profesa.
IV. Construir el futuro que viene
6. Pronto es Navidad. Y está encima el Bicentenario 2010-2016. ¿Qué sucederá? Nada es por arte de magia. Todo lo positivo es fruto de nuestra responsabilidad cotidiana. A ambas celebraciones podemos aplicar la enseñanza que Jesús nos da hoy: “Será como un hombre que se va de viaje, deja su casa al cuidado de sus servidores, asigna a cada uno su tarea, y recomienda al portero que permanezca en vela” (Mc 13,14). La alegría navideña será auténtica, y el Bicentenario será inspirador de una Argentina nueva, si cumplimos a conciencia la tarea asignada.
Mons. Carmelo Giaquinta, Arzobispo Emérito de Resistencia