Jesús, rostro humano de Dios, vuelve a nacer en cada Navidad; como también vuelve a nacer en cada palabra que anuncia el Reino, porque él es el verbo y la palabra; en cada ser humano, ése, el más pequeño, el que tiene hambre, sed, pasa frío, se siente forastero, padece una enfermedad, está preso, solo, abandonado, excluido.
Jesús, rostro divino del hombre, vuelve a nacer en cada Navidad y nos eleva a todos. Aunque nosotros le abramos la puerta al mal en el mundo, él siempre trae el perdón y la salvación.
En esta época de las fiestas, se escuchan mensajes que pretenden hacernos pensar, reflexionar y emocionar. Hasta hay avisos comerciales de radio y de televisión que apuntan a la sensibilidad que está más a flor de piel durante estos días.
Gracias a esta situación, un poco natural y un poco provocada, he podido comprobar que numerosas personas manifiestan una suerte de nostalgia por sueños no alcanzados y proyectos que quedaron truncos.
Muchos dicen ¿cómo me gustaría volver unos años atrás! Recobrar los ideales que se fueron diluyendo con el paso del tiempo, reconquistar la fe que parecía inalterable, tener el mismo empuje que, en algún momento me movía...
Lamentablemente, son demasiadas las personas que notan que se les ha ido la vida de las manos (aunque todavía tengan muchos años por delante) y no han hecho lo que debían... no han hecho lo que querían... no han hecho lo que sentían... no han hecho lo que podían haber hecho... no han hecho... no han hecho nada...
Pero, con la Navidad, llega el tiempo de la esperanza... Pongamos nuestra esperanza en darle sentido a lo que nos puede ocurrir, en construir un mundo mejor, en que triunfe el amor sobre la muerte. Sin esperanza, todas esas cosas se convertirían en interrogantes sin respuesta.
La esperanza en que un nuevo nacimiento de Jesús no es una figurita de yeso que se coloca junto a un pino iluminado para recordar un hecho histórico de hace dos mil años.
Jesús, rostro divino del hombre, vuelve a nacer en cada Navidad y nos eleva a todos. Aunque nosotros le abramos la puerta al mal en el mundo, él siempre trae el perdón y la salvación.
En esta época de las fiestas, se escuchan mensajes que pretenden hacernos pensar, reflexionar y emocionar. Hasta hay avisos comerciales de radio y de televisión que apuntan a la sensibilidad que está más a flor de piel durante estos días.
Gracias a esta situación, un poco natural y un poco provocada, he podido comprobar que numerosas personas manifiestan una suerte de nostalgia por sueños no alcanzados y proyectos que quedaron truncos.
Muchos dicen ¿cómo me gustaría volver unos años atrás! Recobrar los ideales que se fueron diluyendo con el paso del tiempo, reconquistar la fe que parecía inalterable, tener el mismo empuje que, en algún momento me movía...
Lamentablemente, son demasiadas las personas que notan que se les ha ido la vida de las manos (aunque todavía tengan muchos años por delante) y no han hecho lo que debían... no han hecho lo que querían... no han hecho lo que sentían... no han hecho lo que podían haber hecho... no han hecho... no han hecho nada...
Pero, con la Navidad, llega el tiempo de la esperanza... Pongamos nuestra esperanza en darle sentido a lo que nos puede ocurrir, en construir un mundo mejor, en que triunfe el amor sobre la muerte. Sin esperanza, todas esas cosas se convertirían en interrogantes sin respuesta.
La esperanza en que un nuevo nacimiento de Jesús no es una figurita de yeso que se coloca junto a un pino iluminado para recordar un hecho histórico de hace dos mil años.
Ser fieles a la esperanza es una manera de permitir que ese niño nazca en nuestro corazón, y que se convierta en vida desde nuestras acciones, para que el HOMBRE NUEVO sea posible.
Juan Carlos Pisano - jcpisano@fibertel.com.ar
Juan Carlos Pisano - jcpisano@fibertel.com.ar