Michael Ondaatge crea un personaje llamado Ananda. La mujer de Ananda había sido asesinada en la guerra civil, en Sri Lanka, y Ananda está intentando salvarse a sí mismo de la locura y del suicidio frente a esa tragedia familiar. ¿Cómo conserva Ananda su cordura? Por medio del arte, de la creatividad, creando algo.
Casi al fin de la historia, el novelista lo presenta reparando una estatua destrozada de Buda. Cambia adrede los ojos de la estatua para que parezcan como ojos de un ser humano, no como ojos de un dios.
Esto es lo que él sentía: El sabía que si no permanecía como artista se convertiría en demonio. La guerra que le rodeaba tenía que ver con demonios, con fantasmas de represalias.
O somos creativos o nos entregamos a alguna especie de brutalidad. O nos hacemos artistas de alguna manera o nos hacemos demonios.
Creo que una buena teología de la gracia está de acuerdo con él. Porque no podemos obligarnos a ser buenas personas. No podemos decidir sin más que seremos amables y felices, como tampoco decidir que nunca más estaremos enojados, o que nunca más seremos envidiosos.
La fuerza de voluntad sola no ha logrado semejante poder. Sólo un influjo hacia el interior de nuestra alma de algo que no sea enojo, o envidia puede lograrlo por nosotros. A esto lo llamamos gracia; y ella, es la que habilita para vivir una vida agradable.
La creatividad, con la energía positiva que genera entre el artista y la obra de arte, puede ser una fuente vital de esa gracia.
Pero ¿es eso cierto? ¿Acaso las personas creativas y los artistas son menos violentos que otros? ¿Vemos en ellos alguna gracia operativa especial? Hablando en general, sí. Sean cuales sean sus otros defectos, rara vez son los artistas promotores de guerra.
¿Por qué? Porque la violencia arruina el mismísimo orden estético que tanto valoran ellos y porque el crear belleza de cualquier tipo ayuda a serenar el espíritu dentro de la persona que la está creando.
Cuando somos creativos logramos sentir un poco lo que Dios debió sentir en la primera creación y en el bautismo de Jesús, cuando, viendo la tierra recién creada surgiendo del caos, y viendo la cabeza de Jesús emergiendo de las aguas del Jordán, el mismo Dios expresó: “¡Es buena, muy buena la tierra!” Y “Éste es mi Hijo querido, mi predilecto”.
El hecho de ser creativos puede producir en nosotros ese mismo sentimiento, nos puede ayudar a infundir en nosotros la mirada de admiración, de conciencia apreciativa y de divina satisfacción.
Hay también un peligro real en esto. Sentirse como Dios es también el mayor narcótico que existe, como muchos artistas, actores y atletas, trágicamente, han llegado a saber. Pero, a pesar de este riesgo, necesitamos, ser creativos, o si no, en alguna medida nos volveremos amargados y violentos.
Por otra parte, tenemos que entender la creatividad correctamente. Tendemos a sentirnos intimidados por el concepto mismo de creatividad y a considerarnos a nosotros mismos faltos de lo que se necesita para ser creativos. ¿Por qué?
Porque tendemos a identificar creatividad sólo con reconocimiento público. ¿Quiénes creemos que gozan de creatividad? Sólo los que han logrado grabar sus canciones, publicar sus poemas, y los que han conseguido que se destaquen sus realizaciones y que se hable de sus talentos en programas televisivos.
Pero el 99% de la creatividad no tiene nada que ver con eso. Se trata de auto-expresión, de nutrir algo que desemboca en vida, y de la satisfacción que esto lleva consigo.
Ser creativo puede ser tan sencillo y tan maravilloso, como cuidar el jardín, criar niños, amasar y cocer pan, coleccionar, escribir un diario, escribir poemas, ser un maestro, ser líder comunitario, entrenar un equipo, bailar en la privacidad de tu propia habitación, reparar cosas antiguas, o construir algo en la casa.
Nada de esto tiene por qué ser reconocido y aplaudido; sólo querer hacerlo, y hacerlo a gusto.
Las reglas de Dios para la creatividad son diferentes. Jesús las expresó en la parábola de los talentos. Hay que ser una especie de artista, o si no seguramente te convertirás en un demonio.
Ron Rolheiser (Traducción Carmelo Astiz)
Casi al fin de la historia, el novelista lo presenta reparando una estatua destrozada de Buda. Cambia adrede los ojos de la estatua para que parezcan como ojos de un ser humano, no como ojos de un dios.
Esto es lo que él sentía: El sabía que si no permanecía como artista se convertiría en demonio. La guerra que le rodeaba tenía que ver con demonios, con fantasmas de represalias.
O somos creativos o nos entregamos a alguna especie de brutalidad. O nos hacemos artistas de alguna manera o nos hacemos demonios.
Creo que una buena teología de la gracia está de acuerdo con él. Porque no podemos obligarnos a ser buenas personas. No podemos decidir sin más que seremos amables y felices, como tampoco decidir que nunca más estaremos enojados, o que nunca más seremos envidiosos.
La fuerza de voluntad sola no ha logrado semejante poder. Sólo un influjo hacia el interior de nuestra alma de algo que no sea enojo, o envidia puede lograrlo por nosotros. A esto lo llamamos gracia; y ella, es la que habilita para vivir una vida agradable.
La creatividad, con la energía positiva que genera entre el artista y la obra de arte, puede ser una fuente vital de esa gracia.
Pero ¿es eso cierto? ¿Acaso las personas creativas y los artistas son menos violentos que otros? ¿Vemos en ellos alguna gracia operativa especial? Hablando en general, sí. Sean cuales sean sus otros defectos, rara vez son los artistas promotores de guerra.
¿Por qué? Porque la violencia arruina el mismísimo orden estético que tanto valoran ellos y porque el crear belleza de cualquier tipo ayuda a serenar el espíritu dentro de la persona que la está creando.
Cuando somos creativos logramos sentir un poco lo que Dios debió sentir en la primera creación y en el bautismo de Jesús, cuando, viendo la tierra recién creada surgiendo del caos, y viendo la cabeza de Jesús emergiendo de las aguas del Jordán, el mismo Dios expresó: “¡Es buena, muy buena la tierra!” Y “Éste es mi Hijo querido, mi predilecto”.
El hecho de ser creativos puede producir en nosotros ese mismo sentimiento, nos puede ayudar a infundir en nosotros la mirada de admiración, de conciencia apreciativa y de divina satisfacción.
Hay también un peligro real en esto. Sentirse como Dios es también el mayor narcótico que existe, como muchos artistas, actores y atletas, trágicamente, han llegado a saber. Pero, a pesar de este riesgo, necesitamos, ser creativos, o si no, en alguna medida nos volveremos amargados y violentos.
Por otra parte, tenemos que entender la creatividad correctamente. Tendemos a sentirnos intimidados por el concepto mismo de creatividad y a considerarnos a nosotros mismos faltos de lo que se necesita para ser creativos. ¿Por qué?
Porque tendemos a identificar creatividad sólo con reconocimiento público. ¿Quiénes creemos que gozan de creatividad? Sólo los que han logrado grabar sus canciones, publicar sus poemas, y los que han conseguido que se destaquen sus realizaciones y que se hable de sus talentos en programas televisivos.
Pero el 99% de la creatividad no tiene nada que ver con eso. Se trata de auto-expresión, de nutrir algo que desemboca en vida, y de la satisfacción que esto lleva consigo.
Ser creativo puede ser tan sencillo y tan maravilloso, como cuidar el jardín, criar niños, amasar y cocer pan, coleccionar, escribir un diario, escribir poemas, ser un maestro, ser líder comunitario, entrenar un equipo, bailar en la privacidad de tu propia habitación, reparar cosas antiguas, o construir algo en la casa.
Nada de esto tiene por qué ser reconocido y aplaudido; sólo querer hacerlo, y hacerlo a gusto.
Las reglas de Dios para la creatividad son diferentes. Jesús las expresó en la parábola de los talentos. Hay que ser una especie de artista, o si no seguramente te convertirás en un demonio.
Ron Rolheiser (Traducción Carmelo Astiz)